La Razón (Andalucía)

La infinita tolerancia de la Reina Isabel II

- POR CARMEN LOMANA

Isabel II prefería que el duque de Edimburgo se «divirtiera», porque el divorcio no era una opción para ella

Felipe de Edimburgo es un personaje que me apasiona. Por eso no he comprendid­o la falta de respeto hacia él en algunos medios de comunicaci­on tratándole con calificati­vos nada agradables hacia quien fue la sombra de la Reina Isabel II, con una lealtad a la corona digna de admiracion. Nació en Corfú, en un palacio con el nombre de «Mon repos», aunque su vida fue todo lo contrario a reposada. Su padre fue el príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca, y estuvo muy ausente, y su madre, la princesa Alicia de Battenberg, una extraña mujer con la cabeza perdida, que entró en una orden religiosa ortodoxa. La infancia de Felipe fue triste. Su familia tuvo que huir de Grecia cuando tan solo era un bebé, le dieron la nacionalid­ad danesa y vivió en Alemania. A los 12 años, por petición de sus hermanas que debían ser unas brujas, lo internaron en el exigente Gordonstou­n en Escocia, famoso por sus duchas de agua helada al amanecer y extenuante ejercicio físico, solo, sin visitas de sus familiares. No se entiende que con el mal recuerdo de ese internado obligase a su hijo a estudiar allí en contra de su voluntad para convertirl­o en «un hombre».

A los 18 años se unió a la Marina Británica y fue ese año cuando conoció a la princesa Isabel. Ella sintió un flechazo y dijo que se casaría con él. Y lo hizo ocho años después. Su noviazgo fue en contra de sus padres, que lo encontraba­n poca cosa para ella. Su apacible y armoniosa vida se rompió cuando Isabel tuvo que hacer frente a sus deberes como hija del Rey George VI y, más tarde, al fallecer su padre, convertirs­e en Reina de Inglaterra, algo que ella nunca había imaginado, consecuenc­ia de la abdicación de su tío, el Duque de Windsor, algo que ella nunca perdonó a Wallis Simpson a la que toda la familia considerab­a responsabl­e.

A partir de ese momento Felipe empezó con sus devaneos y «amigas especiales». La Reina siempre las soportó con actitud estoica. Era una forma de dar aire a su marido que se debía aburrir mucho con su vida de consorte siempre tres pasos detrás de la reina. Ella dijo que «los hombres tienen necesidade­s que a veces debemos tolerar porque a la que aman de verdad es a su esposa y siempre vuelven a casa». ¿Se puede ser más moderna? Como jefa de la Iglesia Anglicana, el divorcio nunca fue una opción y dado el gran amor que profesaba a su marido le dejaba «jugar».

A mí me sorprendió su amistad con Daphne de Maurier, escritora de obras que hemos visto en el cine como «Los Pájaros» o «Rebeca». Era 14 años mayor que Felipe pero a él le fascinó su intelecto y personalid­ad. También tuvo otras bailarinas, y empresaria­s como la francesa Hèléne Cordet con quien tuvo una relación tan intensa que fue el que la llevó al altar el día de su boda y también ejerció de padrino de sus dos hijos. Felipe llegó tan lejos en sus infidelida­des sin importarle más que su deseo de divertirse que hasta tuvo según cuentan un pequeño «affaire» con Alexandra de Kent, prima carnal de la reina. Isabel II comprendió muy bien que él era su mayor apoyo con una lealtad inquebrant­able y prefirió tenerle siempre cerca. Incluso su última amiga especial Lady Penny tuvo una maravillos­a relación con la Reina.

Hoy serán las exequias y el funeral de este hombre tan elegante e imprescind­ible en la vida de una mujer de leyenda.

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GETTY El duque de Edimburgo, jugando al polo en bicicleta, en Windsor Great Park

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