La Razón (Andalucía)

La República de la Feria

- Jaime Castilla Llorente

El 14 de abril del año 1980 fue publicado el primer disco de la banda británica Iron Maiden que además fue homónimo. Era la explosión de la New Wave of British Heavy Metal, iniciada a mediados de los 70 por Black Sabbath debido a la particular forma de tocar la guitarra del gran Tony Iommi. Entre sus iconos están mis queridos Judas Priest o Motörhead con el tío más duro que ha dado el metal pesado al frente, Lemmy Kilmister. Me compré el disco de los Maiden en la antigua tienda Tipo que había en la esquina de la calle Fuencarral con la Gran Vía de Madrid. Me costó 20 euros, algo más de tres mil pesetas según la factura, y ese mismo día fui a uno de los conciertos que organizaba­n en el sótano, en el que corrieron los minis de ese laxante de juventud llamado calimocho. Otro 14 de abril, en este caso de 1892, venía al mundo alguien que iba a cambiar el toreo para siempre, Juan Belmonte. Durante muchos años visité su calle de la Feria de Sevilla, donde está la mejor caseta de todo el Real, sin conocer su vida. No sería hasta que la Pájara me descubrió el libro de Chaves Nogales cuando me convertí en un acérrimo belmontist­a. También en la Feria, otro abril, nació «El hombre al revés» que debería celebrarse igualmente a nivel mundial. El indefinibl­e F. decidió cambiar toda su ropa de orientació­n –chaqueta, camisa, corbata, pantalones– y empezar a correr de espaldas por el albero para desconcier­to de todo el que le viera. En la primera impresión, viendo cómo se acercaba corriendo, el cerebro se bloqueaba durante unos segundos hasta que conseguía encajar las piezas. Otro 14 de abril, del fatídico año de 1936, la compañía teatral «La Barraca», de un tal Federico García Lorca, representa­ba su última actuación en Barcelona. Unos cuantos años después descubrirí­a su dramático arte gracias a la compañía teatral de la que formaba parte una de mis hermanas que, como siempre ha conocido el lenguaje de las flores, su dulzura encajaba a la perfección con su papel en «Doña Rosita la soltera». El 14 de abril es también el día internacio­nal del portero de fútbol, primera posición en la que jugué en los equipos del colegio porque era, y sigo siendo, terribleme­nte malo a ese deporte. Por todas estas razones me parece que ese día hay mejores cosas que celebrar que la proclamaci­ón de la II República Española. Seguro que hasta Azaña lo pensaría si siguiera vivo. La épica de la canción «Transylvan­ia», la sabiduría humilde del Pasmo de Triana, la tragedia de la pobre Rosita o lo malo que soy al fútbol son sin duda festejos más amenos. A los españoles lo que nos gusta es conmemorar nuestras derrotas. Por eso nos suena más Rocroi que Empel o Nelson que Urdaneta. Por eso tampoco celebrarem­os este año los cinco siglos de la conquista del Imperio Mexica por ese Alejandro extremeño del siglo XVI, estratega y diplomátic­o, de apellido Cortés. O el 12 de octubre volverán los cansinos del «nada que celebrar». Dejamos que el pasado nos pese en vez de impulsarno­s. Sería mejor nacer cada mañana. Como hacía el maestro.

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