Autolisis
los que nos dedicamos a esta profesión se nos enseñó, desde bien temprano, que se debe hablar o escribir del suicidio lo menos posible y hacerlo, cuando sea inevitable, asesorados por profesionales de la salud mental que saben cuál es el mensaje, los límites y las líneas rojas del asunto. Bien es verdad que en este país, como ya se nos demostró desde el mismísimo Congreso de los Diputados, se desprecia de manera indisimulada la salud mental, y se trata a los pacientes que acuden a esas consultas casi como a sospechosos, a gente de la que hay que desconfiar. Acudir a un psicólogo o a un psiquiatra aún es contemplado por buena parte de la población como un desdoro, así que los interesados suelen ocultar esa parte de su vida, casi a la altura del que oculta antecedentes policiales.
Estos días contemplo estupefacta cómo a una mujer, y bajo el argumento de la verdad periodística, se le están contando las pastillas que se tomó en un intento de quitarse la vida. Se cuentan cuántas, cuáles, se muestran conclusiones inequívocas con la firma de especialistas que nunca la han visto, que jamás la han tratado, con el simple y llano objetivo de desautorizarla. Porque, que no se equivoquen los que lo están intentando, sus investigaciones no van contra una televisión de entretenimiento a la que se le ha ido la mano, no. Lo que van a lograr es destruir a una mujer que estuvo desesperada, que se sintió impotente y cuya única salida fue desaparecer. ¿Quién mide el sufrimiento de una persona? ¿Quién dirime si estaba demasiado bien o mal para tomar esa determinación? ¿Quién decide si tenía o no motivos de peso? Estos días hemos escuchado cualquier cosa, entre otras, que el que se quiere matar sabe cómo hacerlo de verdad o que el que opta por una sobredosis de medicamentos sólo quiere llamar la atención. Todo eso hemos oído en nombre de la supuesta verdad periodística y de la presunción de inocencia de la otra parte del conflicto. Quieren que pensemos que todo es mentira. Más asco ya no se puede provocar.