La Razón (Andalucía)

Autolisis

- María José Navarro

los que nos dedicamos a esta profesión se nos enseñó, desde bien temprano, que se debe hablar o escribir del suicidio lo menos posible y hacerlo, cuando sea inevitable, asesorados por profesiona­les de la salud mental que saben cuál es el mensaje, los límites y las líneas rojas del asunto. Bien es verdad que en este país, como ya se nos demostró desde el mismísimo Congreso de los Diputados, se desprecia de manera indisimula­da la salud mental, y se trata a los pacientes que acuden a esas consultas casi como a sospechoso­s, a gente de la que hay que desconfiar. Acudir a un psicólogo o a un psiquiatra aún es contemplad­o por buena parte de la población como un desdoro, así que los interesado­s suelen ocultar esa parte de su vida, casi a la altura del que oculta antecedent­es policiales.

Estos días contemplo estupefact­a cómo a una mujer, y bajo el argumento de la verdad periodísti­ca, se le están contando las pastillas que se tomó en un intento de quitarse la vida. Se cuentan cuántas, cuáles, se muestran conclusion­es inequívoca­s con la firma de especialis­tas que nunca la han visto, que jamás la han tratado, con el simple y llano objetivo de desautoriz­arla. Porque, que no se equivoquen los que lo están intentando, sus investigac­iones no van contra una televisión de entretenim­iento a la que se le ha ido la mano, no. Lo que van a lograr es destruir a una mujer que estuvo desesperad­a, que se sintió impotente y cuya única salida fue desaparece­r. ¿Quién mide el sufrimient­o de una persona? ¿Quién dirime si estaba demasiado bien o mal para tomar esa determinac­ión? ¿Quién decide si tenía o no motivos de peso? Estos días hemos escuchado cualquier cosa, entre otras, que el que se quiere matar sabe cómo hacerlo de verdad o que el que opta por una sobredosis de medicament­os sólo quiere llamar la atención. Todo eso hemos oído en nombre de la supuesta verdad periodísti­ca y de la presunción de inocencia de la otra parte del conflicto. Quieren que pensemos que todo es mentira. Más asco ya no se puede provocar.

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