El biombo criollo que narró la conquista de México
La pieza rescatada por el Museo del Prado con motivo del quinto centenario del episodio histórico, refleja el ideario de las élites locales de la Nueva España
El biombo, como pieza de tipología mobiliaria, pero especialmente como obra pictórica de minuciosa artesanía, siempre se ha constituido como estimulador de conversaciones. Detrás de su estructura de puerta misteriosa, de entrada abierta a la dimensión mayúscula de paraísos ocultos, de parapeto de las corrientes de aire, se alternaban encuentros y miradas, se propiciaban conversaciones, debates e interpretaciones sobre la composición alterada del mundo. «Su procedencia asiática, disputada por países como Japón y China se filtra al continente americano a través de Filipinas y del famoso Galeón de Manila. Había básicamente dos tipos de biombos: los llamados de “cama” o de “dormitorio”, más pequeños, y los conocidos como “de estrado”, los cuales solían desplegarse en las estancias principales de las viviendas y tenían una finalidad muy parecida al tríptico del Jardín de las Delicias. Hablamos de piezas que se abrían en las reuniones sociales e invitaban a los que estaban a su alrededor a discutir y hablar sobre los temas representados», puntualizaba ayer el director del Museo del Prado, Miguel Falomir, durante la presentación del «Biombo de la Conquista de México y la muy noble y leal ciudad de México», un armazón de diez puertas articuladas expuesto en el edificio Villanueva hasta el próximo 26 de septiembre y procedente de una colección particular que propone dos escenas claves para comprender la singularidad identitaria que presenta este periodo histórico.
Una obra muy singular
La mirada del visitante se topa por un lado con el haz del universo abarcable y ordenado de la ciudad de México como capital de la Nueva España: un escenario cívico en el que la vida se abre camino entre callejuelas laberínticas de la urbe, niños con cometas y curas contemplativos. Y otra cara con un cariz más memorístico en donde figura la conquista de Tenochtitlán, con un Hernán Cortés en imponente actitud conquistadora y un Moctezuma con ademán heroico de receptor dignificado.
Falomir asegura que se trata de «una obra singular», particularmente porque existe «un público español muy poco familiarizado con el arte que se hizo al otro lado del Atlántico, con la pintura novohispana». «El tema que representa este biombo es un asunto que disfrutó de una enorme popularidad en México durante el último cuarto de el siglo XVII. De hecho hay hasta diez biombos en los que uno de sus planos representan el episodio de la conquista de Tenochtitlán por parte de las tropas españolas y tres de ellos poseen por una cara la conquista y por otra una ilustrativa representación de la ciudad de México. Dos de ellos se conservan en museos de la propia ciudad y el tercero ahora se encuentra entre estas paredes. Los tres parecen salidos del mismo taller aunque no sepamos el nombre del autor», reconoce. La restauración de tan imponente pieza, cuyos cantos también están pintados para dotar de una necesaria continuidad al relato, ha durado la friolera de ocho meses. «Todas las puertas tenían algún tipo de daño. El elemento más incisivo fue el agua, que generó surcos en la estructura. Cada huella de daños ha requerido un tratamiento especial y concreto», subraya María Álvarez García, restauradora encargada de la intervención.
El fuerte colorido y la proyección estratégica de la luz de las escenas refuerzan el tono vibrante y aguerrido de la narración. Parece que solo hace falta que alguien mueva el biombo para que los conquistadores y sus descendientes criollos vuelvan a mover sus mosquetes y besar a sus muertos.
«Existe un público español muy poco familiarizado con la pintura novohispana», reconoce Miguel Falomir