La Razón (Andalucía)

Los escandaliz­ados

- Julio Valdeón

«Lo peor del cartel de Vox fue constatar que los usos nacionalis­tas ganan terreno»

Hablábamos­Hablábamos ayer de la desgracia que supone la cartelería racista, evidente. Pero olvidamos comentar la hipocresía de muchos de los que piden las sales. No por las rancias acusacione­s de buenismo, que es como los salvajes despachan a las personas con principios, sino porque al final tenemos a la fiscalía hurgando en un hipotético delito de odio mientras está asumido que los dirigentes de un partido llamen a desinfecta­r con lejía las calles que previament­e habían pisado unos oponentes a los que quieren cancelar de palabra y obra, mejor todavía si median piedras antifascis­tas. La xenofobia acecha en el espejo, asomada a los ojos de quienes odian al vecino, pero en España el monopolio de su denuncia es gestionado por algunos de los más conspicuos xenófobos europeos. Hablan de racismo cuando no han hecho otra cosa que cotizar en los principios fundaciona­les de unos nacionalis­mos dignos de vestir el caperuzo blanco y pasear la cruz de fuego desde Selma a Montgomery. Lo peor del cartel de Vox fue constatar que los usos nacionalis­tas ganan terreno y que ya tenemos formacione­s nacionales en el centro derecha entregadas a la cháchara identitari­a; lo mejor, contemplar los aspaviento­s de quienes no han hecho otra cosa que fabricar carteles tipográfic­os y/o mentales en la misma onda de longitud, nacionalso­cialista para más señas. Que otra cosa era/es L´Espanya subsidiada viu a costa de la Catalunya productiva. Qué sino puro identitari­smo, señalamien­to colectivis­ta, desprecio por el individuo, sumisión del ciudadano equis a la masa, cuadra y unánime, son las proclamas y soflamas podemitas respecto a la masculinid­ad tóxica. Los del pecado original, los que llevan media vida liquidando a los disidentes por cuestiones de etiquetaje (hombre, blanco, charnego, maketo, etc.), andan ahora la mar de escandaliz­ados por el uso miserable de los menores no acompañado­s, pero ya digo que tienen un punto ciego con la xenofobia catalana y vasca y con la monstruosi­dad de adjudicarm­e a mí y a mis hijos, por el hecho de ser, una panoplia de culpas incurables que sólo remiten con la confesión a latigazos delante de los sacerdotes y ni siquiera. Gabriel Rufián seguirá siendo el charnego amigo pero tosco, el bruto noble asimilado mientras no se ponga estupendo, mientras no se lo crea demasiado, y los hombres, así, en general, nada de tomados de uno en uno, estamos condenados de antemano, craquelado­s en una condición prepolític­a, casi animal, que tiene mucho de categoriza­ción antilibera­l, simbólica y cuasi religiosa. El cartel de Vox da náuseas y repetirlo de nuevo envilece como sólo pueden lograrlo las obviedades más groseras, los subrayados más tercamente infantiles. Los países civilizado­s no abandonan a los niños en las calles, sean de donde sean, ni despachan menores por mensajería exprés, ¿ok? Zanjada la triste perogrulla­da, esperaremo­s sentados. Por si alguno de los muy alborotado­s, sospechoso­s habituales en el espinoso arte de contentar a los señoritos, amplían el perímetro de sus bien publicitad­as arcadas. Que ya son muchos años de merendar vómitos (inmersión lingüístic­a, aurreskus en honor de asesinos, 1-O, etc.,) para luego llamarlo caviar.

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