La Razón (Andalucía)

Condenar la violencia... pero toda

- Julián Cabrera

QuedanQued­an todavía ocho días de campaña electoral en Madrid y es más que probable que se conviertan en una eternidad, no tanto para los partidos que concurren a la cita del «4M» como para la propia ciudadanía española en general y madrileña e particular, atónitas por los derroteros de guerracivi­lismo hacia los que se esta llevando el proceso electoral.

Como los argumentar­ios a propósito de la gestión de la pandemia o sobre las intencione­s de unos u otros en materia de subida o bajada de impuestos parecen no ser ya suficiente­s –ni siquiera frustradas promesas de gafas y dentista gratis como las de Pablo Iglesias– ahora lo que se impone –con toda su peligrosid­ad– es el debate a propósito de la condena o no de según qué violencias, debate que, para variar se ha colado de rondón y no precisamen­te por casualidad en un momento en el que las encuestas y el post debate de la televisión pública Madrileña no daban precisamen­te las mejores expecfrent­e tativas a la izquierda y en consecuenc­ia alguna corneta ya hacía sonar el mantra «que viene la ultraderec­ha».

En ocasiones –y ahora está ocurriendo– se esgrimen argumentos como el de la necesaria condena a la violencia por parte de todos los demócratas, pero eso sí, bajo el prisma muy concreto y particular de una de las partes, o lo que es igual, condénese alto y claro lo que supone intimidaci­ón antidemocr­ática contra mí, hágase con mi propia escala de valores y por supuesto olvídese el de ende ende una condena similar o en los mismos términos por parte del quejoso doliente. Que dirigentes políticos reciban misivas con casquillos de bala, además de CONDENABLE con mayúsculas requiere de una eficaz investigac­ión policial que a buen seguro llevará a buen puerto, hasta ahí. Cosa muy distinta es elevar el episodio a argumento de primer orden enfilando el ecuador de campaña, pero sobre todo usarlo para señalar a una determinad­a fuerza política por el hecho de expresar «a su manera» su particular condena de la violencia.

El terreno además de peligroso –porque estas cosas incendian la calle– evidencia una vez más distintas varas de medir según quien sufra la violencia, obsérvense sin ir más lejos las energías a la hora de rechazar sentarse a debatir con la «extrema derecha» frente a la condescend­encia y compadreo con Bildu, ya saben, el partido que aun no ha condenado el terrorismo etarra. ¿En qué quedamos?

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