La Razón (Andalucía)

SERÁ POR DINERO

- POR JUAN RAMÓN LUCAS

Ginés trabaja en un banco. Ya tiene su edad, cerca de los cincuenta. Cuando opositó para empezar a trabajar todos decían que aprobar las oposicione­s era como hacerse con un mirlo blanco, un imposible de seguridad y futuro al que unos pocos tenían acceso. Hasta ahora. Ha leído en el periódico que van a echar a la calle a casi 20.000 colegas bancarios. No será por dinero, porque las cosas en la banca no han ido peor que en otros sectores durante la Pandemia. De hecho, no se ha resentido apenas el negocio. Han ganado menos, sí, porque la economía se paró, pero ninguna cuenta de resultados se ha ido al final de curso con suspenso o números rojos. Parece ser que es la tecnología, la innovación, la nueva forma de acercarse a los clientes que ya no requiere del calor humano, sino de la precisión matemática de las máquinas. La revolución más importante desde el cajero, dicen. Por no hablar de las nuevas monedas, de los sistemas de relación financiera en ciernes que, según los que de esto saben, van a competir con muchas posibilida­des de victoria con el actual sistema bancario. Y claro, ante cualquier crisis, sea económica, tecnológic­a o de perspectiv­a –estas son las peores, porque nacen del miedo–, lo mejor es tirar de recortes. Lo mejor para los gestores, claro. Se mide, se pesa, se calcula, y el resultado es un número concreto en el balance que no son ni activos, ni tesorería, ni acciones… son personas: seres humanos, trabajador­es que, como él, entraron en la entidad, aguantaron las convulsion­es de los ochenta, la crisis de comienzos del siglo XXI y mostraron durante ese tiempo una lealtad a la compañía, un espíritu de marca muy por encima de su remuneraci­ón económica. El banco de su trabajo era el banco de su vida. Ser bancario no solo era un privilegio, aquel famoso mirlo blanco, sino un orgullo, claro que sí.

Hoy Ginés se levanta cada mañana como los pacientes de una enfermedad crónica, con el miedo en el cuerpo. ¿Estaré yo entre los despedidos?

No deja de resultarle gracioso que el Gobierno se eche ahora las manos a la cabeza por unos planes de actuación que no sólo conocían sino que en algún momento hasta alentaron. O que esa parte del bigobierno que está a la izquierda del todo, se erija en defensora del colectivo afectado cuando durante años han mantenido una prudente distancia, por no decir desprecio de clase, hacia un colectivo laboral al que considerab­an privilegia­do.

La banca era para ellos el sector salvado, el ámbito de privilegio institucio­nal, legal y laboral, que apenas necesitaba socorro o solidarida­d, porque tenía el favor de las autoridade­s. Aquellos dineros del rescate o las ayudas al sector mantuviero­n sujeto el sistema financiero y salvaron muchos puestos de trabajo, por eso él nunca ha entendido ese argumentar­io infantil de señalar como privilegio­s de la banca decisiones que estaban encaminada­s a evitar males mayores. Y se evitaron.

Pero llegó la Pandemia, y con ella una crisis que se lo llevó todo. La revolución tecnológic­a dio en meses un salto de años y se aceleraron los cambios que debían haber sido pausados y serenos. Piensa Ginés, desde su incertidum­bre plomiza y constante, que del mismo modo que aplaudíamo­s a los sanitarios sin saber que en realidad éramos el acompañami­ento de su imparable deterioro, celebramos el teletrabaj­o sin darnos cuenta de que no era sino el síntoma de una revolución que cambiaría el mundo del trabajo. «Dejo la oficina para trabajar desde casa, y el siguiente paso es que ya no soy necesario», se teme Ginés. Y así puede que sea. ¿Irremediab­le? Puede ser. Pero podría haberse hecho de otra manera. Quizá más paulatina, menos violenta. Entiende lo de la competenci­a entre las entidades, la prisa por ser el mejor y el más rentable cuanto antes. Pero, ¿el camino es el de siempre? ¿Hacer cuentas y recortar por abajo? ¿La gestión de las empresas sigue pasando en el presente y pasará en el futuro por recortar? ¿No se podría transforma­r, crear, buscar salidas alternativ­as?

El acelerón tecnológic­o está aquí y probableme­nte vengan detrás otros sectores. Quizá no quede más remedio, se dice Ginés, pero la innovación acaso requiera que se cambie también la vieja tradición de la siega a ras de suelo.

Pasa página en el periódico y lee que algunos directivos de entidades en EREs doblan su sueldo y sus ejecutivos cobran un bonus considerab­le. Están en su derecho, piensa, pero, claro, le choca que coincidan despidos y gratificac­iones en tiempo y lugar, como si vivieran dos realidades diferentes. Como si no vivieran en un país devastado por la crisis de la Pandemia. Tanto que les preocupa su reputación, y se la cargan en un solo movimiento. Por si alguien sigue dudando de la diferencia entre bancario y banquero, ahí la tiene.

Cierra el periódico cuando recibe una llamada en el móvil. Es del banco. Espera que no sea para comunicarl­e su despido.

Y claro, ante cualquier crisis, sea económica, tecnológic­a o de perspectiv­a –estas son las peores, porque nacen del miedo–, lo mejor es tirar de recortes «Dejo la oficina para trabajar desde casa, y el siguiente paso es que ya no soy necesario», se teme Ginés. Y así puede que sea

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PLATÓN
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