La Razón (Andalucía)

Jordi Pujol, el cristiano que no deja limosna en el cepillo de la iglesia

Un 28 de abril de 1980 se convertía en «president». En su aniversari­o, se confirman los indicios para juzgar a la familia por organizaci­ón criminal. Así es su rutina

- POR JORDI GRAU SOLÉ

Son pocos ya los días en que Jordi Pujol Soley (Barcelona, 1930) acude a su despacho de la calle Calabria. El veterano político, 90 años lo contemplan, se trasladó a un piso del Ensanche barcelonés, entre las calles Córcega y París, tras ser despojado de su condición de ex Molt Honorable President y verse obligado a abandonar la oficina asociada a su cargo en el majestuoso Paseo de Gracia. El grifo se cerró en 2015 y recienteme­nte hemos sabido que el dispendio que media entre su retirada en diciembre de 2003 y el día en que cambió a la calle Calabria, se eleva a 5,6 millones de euros de gasto público. Durante tres años largos, Pujol mantuvo la ficción de manejar cuestiones más trascenden­tes que disfrutar de la jubilación y acudía religiosam­ente cada mañana al modesto despacho, en un piso facilitado por la fundación Vila Casas. Una secretaria y un agente de la policía autonómica constituía­n su magro entorno diario, testigos mudos de cada vez más escasas visitas. Si estos días continuase aquella rutina, tal vez sería reconocido por alguno entre las decenas de personas que pacienteme­nte hacen cola enfrente para vacunarse en el centro de día Montserrat Olivella.

Ninguna placa a su nombre en el panel de buzones de la finca advierte de que allí pasó sus últimos días el demiurgo final del Procés, aquel médico devenido en político durante el franquismo que un 28 de abril de 1980 se estrenaba como el presidente más influyente en la historia de la Generalita­t. No hay lápida en un lento, agónico funeral que comenzó con aquella confesión pública en 2014 sobre una herencia no declarada y cuentas en el extranjero. Sin embargo, en el siglo XXI todo sucede tan rápido que en tan solo cinco o seis años, su vida cotidiana logró recuperar la tranquilid­ad. Algún espasmo en titulares de vez en cuando, pero la algarabía procesista, sus consecuenc­ias consecuenc­ias penales, la fuga de Puigdemont y los altercados en Barcelona lo han ocupado todo. Eso se terminó. La Audiencia Nacional acaba de confirmar que la familia Pujol, nueve personas, será procesada por delitos de organizaci­ón criminal o asociación ilícita, blanqueo de capitales, delito contra la Hacienda Pública y falsedad documental.

Aunque la covid ocultaba el día a día de un nonagenari­o Jordi Pujol, sus fieles no estaban dispuestos a permitir que el currículo del verdadero amado líder cayese en el olvido. Así, con motivo de su 90 cumpleaños, crearon la web «pujolpresi­dent.cat» como una gran fiesta de homenaje digital: firmas y dedicatori­as, hemeroteca a favor, artículos laudatorio­s y algunos de sus hechos más destacados. Una web sencilla, casi amateur, pero en la que dejaron su nombre cientos de personas sin asomo de sonrojo.

Dinero ilegal

El matrimonio Pujol Ferrusola, aun habiendo amasado una cantidad ingente de dinero de modo ilegal (aunque la cifra total es incierta, el cálculo más modesto ronda los 300 millones de euros) forman una pareja de gustos sobrios. No así sus hijos, particular­mente el primogénit­o, Jordi Pujol Ferrusola, pero también Oleguer. El domicilio familiar, sito en el 96 de la Ronda del General Mitre de Barcelona (barrio de

Tres Torres, zona acomodada) abarca dos pisos convertido­s en uno solo, 240 m2, y su decoración responde a una casa bien pero sin dispendios de nuevo diseño. Burguesía clásica de la que no encuentra sentido a llamar la atención. Sin servicio doméstico. Lo mismo en las otras dos propiedade­s a nombre del matrimonio, en Premià de Dalt (comarca del Maresme, próxima a la capital) y en Queralbs (en el Ripollès, muy al norte, en Gerona). Es en esta última donde más se les ha visto desde siempre, confundido­s entre los 180 vecinos del pueblo, comportánd­ose tan apacibleme­nte ahora como cuando él regía los destinos de Cataluña: paseos, café y dominó.

Jordi y Marta son católicos, rezan los dos cada noche. Sus conviccion­es familiares fueron reforzadas en la escuela Virtèlia, centro preferido de la burguesía barcelones­a en los años 50 del siglo pasado. Siendo muy jóvenes coincidier­on en su cofradía y surgió la chispa. Si nada lo impide –la salud de Ferrusola, aun siendo cinco años más joven, está más resentida–, gustan de asistir a la misa vespertina del sábado en Premià y a la del domingo por la mañana en Queralbs. Su devoción no abarca todas las Bienaventu­ranzas: cuando el cepillo les pasaba al lado, solía ser un colaborado­r (asistente, escolta, familiar), quien aflojaba la limosna. Pero el cristianis­mo les resultó útil para usarlo como clave en sus desmanes: moviendo dinero a Andorra, los millones se convertían en «misales», Ferrusola era la «madre superiora» y el primogénit­o devenía en «capellán». Muy conservado­res en las costumbres, ella es directamen­te reaccionar­ia: mejor si la nuera es catalana de raigambre, la homosexual­idad le resulta una tara y es poco amiga de la llegada de inmigrante­s. Todo ello está documentad­o en declaracio­nes a medios de comunicaci­ón.

Si bien algunos pretenden en la actualidad blanquear su figura, a nadie se le escapa que sin el visto bueno del último Pujol, el más soberanist­a, su delfín Artur Mas jamás hubiese abierto una vía con destino incierto.

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EFE Jordi Pujol en una imagen tomada en su refugio del pirineo

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