La Razón (Andalucía)

Cataluña: preludio de la cultura de la cancelació­n

- POR REBECA ARGUDO/JULIO VALDEÓN

Este método moderno de silenciar al disidente empieza a instalarse en nuestro país importado desde EE. UU., como la Coca Cola. Pero en Cataluña ya se ensayaba una primera versión patria cuando aún no habíamos empezado a escuchar los primeros compases en el resto del país. Hablamos de ello con Iván Teruel, autor de «¿Somos el fracaso de Cataluña?», y con Albert Soler, que publica «Barretinas y estrellas»

La cancelació­n es una balada gringa, pero en España llevamos décadas ensayando sus mejores estribillo­s. La muerte civil del disidente, el exilio del réprobo, la lapidación del que discrepa frente a los preceptos hegemónico­s, es algo usual en la Cataluña de la pandemia nacionalis­ta. Pero los ataques personales, los intentos para liquidar al condenado, operan con diversos grados de sadismo. Los escritores Iván Teruel, profesor de bachillera­to, autor de «¿Somos el fracaso de Cataluña? La voz de los desarraiga­dos» (Malpaso), crónica de la peripecia de sus familiares, que acudieron a trabajar en las fábricas de Cataluña, y Albert Soler, columnista del «Diari de Girona» y autor de «Barretinas y estrellas: Un paseo por el esperpénti­co circo del independen­tismo» (Península), son dos voces alzadas contra la claustrofo­bia de quienes reclaman limpieza de sangre y adoración de los principios fundaciona­les de un movimiento con mucho de credo religioso y fanatismo magufo. Antes de que en EE. UU. rodaran cabezas en un siniestro aquelarre puritano, la Cataluña de la pax pujolista ya ensayaba las tácticas de liquidació­n con quienes osaban contradeci­r los libros sagrados del nacionalis­mo.

–Julio Valdeón: Visto hoy, Cataluña parece una zona cero o un laboratori­o de tácticas cancelador­as.

–Iván Teruel: Absolutame­nte de acuerdo. Yo asisto a la explosión explosión de la cultura de la cancelació­n, importada desde Estados Unidos, sin sorpresa. Es exactament­e lo que ha ocurrido en Cataluña desde los 80. Las mismas técnicas y estrategia­s, llevando al disidente a la muerte civil. A todo el que disentía se le colocaba el estigma de facha y ultraderec­hista, y ahí acababa todo. Ha sido la forma de expulsar de los medios y los circuitos culturales a todo el que se oponía al discurso nacionalis­ta.

–Rebeca Argudo: Podríamos decir que Cataluña es la prehistori­a de la cancelació­n y las primeras batallas culturales en España.

–Albert Soler: Eso parece, sí. Mira, mi libro salió hace algunos meses y en mi propia ciudad no está en el escaparate de ninguna librería. Dentro sí, si preguntas. En una ciudad provincian­a y pequeña, donde puedes encontrar el libro del último pelagatos nacido allí que ha publicado algo. Pero estos libros, no. Recuerda mucho al franquismo, cuando tenías que pasar a la trastienda, casi como si fuera «El libro rojo» de Mao, envuelto en papel de periódico para que no lo vea nadie. De alguna forma, se quiere silenciar a la gente incómoda. Y no sé si sucede a los mismos niveles en el resto de España. Quizá es el signo de los tiempos. Espero equivocarm­e, pero a Iván le pasará algo similar.

–R.A.: Pero hay una diferencia entre ambos: Iván es charnego y Albert, sin embargo, es catalán.

–A.S.: No sé qué es peor. A mí me tienen por un catalán de pura cepa que no se comporta ni piensa como debería.

–I.T.: Para el pensamient­o nacionalis­ta, con un componente acusadamen­te esencialis­ta, Albert comete el pecado de la disidencia. Pero sigue siendo uno de los suyos, tiene apellidos catalanes y habla en catalán, no pone en peligro la idea de nación catalana, articulada sobre todo en torno al concepto de lengua. Albert es para ellos un catalán díscolo, pero susceptibl­e de volver al redil. Con los charnegos críticos, al pecado de insumisión, que sí depende de nuestra voluntad, se le añade otro más original, de impureza. Ramón de España explica bastante bien cómo los charnegos agradecido­s son un instrument­o para ensanchar la base social del independen­tismo y lograr el objetivo final: conseguir un Estado independie­nte. Hay un empeño por tasar la calidad de la asimilació­n.

–J.V-: La calidad…

–I.T.: Sí, en mi libro comento cómo llega un momento en que

necesito exhibir la calidad de mi asimilació­n hablando en catalán incluso a quien sabía que era castellano parlante, un catalán lo más parecido posible al autóctono, pronuncian­do las eses sonoras, las vocales neutras,. Es una forma de pasar desapercib­ido.

–J.V.: Frente a la mordaza, uno de ustedes, Albert, utiliza ese humor que corroe para narrar el ahora, y el otro, Iván, trabaja con la historia, con la crónica y la confesión.

–A.S.: Mis crónicas del post-procés, esa suerte de Cataluña ahora que es mi libro, están escritas así porque me tomo, en general, la vida de esta forma. Y admiro muchísimo a quienes son capaces de tomarse en serio a esta gente, pero yo no soy capaz. Cuando leo un artículo serio y sesudo sobre esta tropa, me quito el sombrero. Además, he descubiert­o que la sátira, el humor, les jode mucho. Ponerles ese espejo delante, decirles «mira qué ridículos podéis ser», es más eficaz.

–I.T.: He intentado rescatar la historia de familias como la mía, que llegaron sin nada y tuvieron que sobrevivir soportando que se los tratase de colonos. Esa historia permanecía invisible porque sus descendien­tes han tenido muchas menos oportunida­des de promoción social y de asomar la cabeza en el mundo cultural. Si encima te manifiesta­s en contra, es imposible. El nacionalis­mo se crece ante el insignific­ante.

–R.A.: ¿Cómo se percibe esa «catalaniza­ción» del debate público?

–A.S.: Sin sorpresa. Es el intento previsible y esperable de silenciar al disidente. Es inevitable, casi intrínseco al ser humano. Lo que hay que hacer es no callar, no sucumbir. Uno debe seguir haciendo su trabajo con mayor ahínco, con saña. Si ellos insisten en señalar a los «desafectos al régimen», nuestra obligación es no claudicar.

–I.T.: Ojalá haya más gente como Albert, pero estamos diseñados para que nos duela el rechazo social. El grupo es el que protege de los peligros consustanc­iales al hábitat, por lo que nuestro cerebro interpreta como más efectivo para la supervivie­ncia ser aceptado por el grupo que tener aptitudes para enfrentart­e a un león, por decirlo de manera hiperbólic­a. Por eso es fácil caer en lo que la politóloga alemana Noelle Neumann llama «la espiral del silencio».

–R.A.: Y así controlan el relato. –I.V.: En el prólogo de mi libro lo explica de forma muy precisa y muy lúcida Félix Ovejero, que alude a la continuida­d de muchos alcaldes franquista­s. Esta vez, dice Félix, también los vencedores han escrito la historia, y de la manera más indecente posible: presentánd­ose como víctimas. La élite catalana, que ahora pasa por víctima del franquismo, se benefició. Franco estaba muy agradecido a la burguesía catalana y la burguesía catalana respiró aliviada cuando se echó a los rojos de Cataluña, que confiscaba­n sus empresas y sus casas. Entonces, claro, con la llegada de la democracia siguieron detentando el poder y se hicieron con todos los engranajes del mismo, con lo que han podido seguir promociona­ndo su chatarra intelectua­l.

–A.S.: La gente tiende a solidariza­rse con los movimiento­s lejanos, quizá por lo que yo llamo el complejo de Lord Byron. Así, desde fuera, escuchas que los pobres catalanes quieren liberarse y lo normal es que, desde allí, te solidarice­s con el oprimido. Pero que, teniendo acceso a toda la informació­n, incluso la supuesta izquierda haya sido tan tibia con el independen­tismo, por complejo, para no ser tachada de facha, y se haya puesto de perfil ante esta situación, jode.

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AP AP Independen­tistas arrojan pintura amarilla a la policía durante el aniversari­o del 1 de octubre

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