La Razón (Andalucía)

El presidente imbatible

CARLOS LESMES PRESIDENTE DEL TRIBUNAL SUPREMO Y DEL CGPJ Reservado y muy desconfiad­o, es un hombre con fuertes detractore­s y aduladores leales

- POR PILAR FERRER

Ha entrado en el «guinness» de la Judicatura, es decir, el récord de un alto cargo público en funciones. Carlos Lesmes Serrano sigue al frente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo desde el 4 de diciembre de 2018 en que debía cesar su mandato. La tensa situación política y el pulso entre PSOE y PP mantienen bloqueada la renovación del CGPJ y le convierte en el órgano de gobierno de los jueces más largo de la historia. «Un presidente longevo», ironizan sectores judiciales sobre la posición de Lesmes, blindado por la política, desde que fuera elegido por su amigo y compañero de la carrera fiscal en 2013. Magistrado conservado­r de la Asociación Profesiona­l de la Magistratu­ra, muy vinculado a los gobiernos de Aznar y Rajoy, pero también con vaivenes hacia los socialista­s, su figura ha sido polémica y controvert­ida en muchas ocasiones, pero nadie ha logrado doblegarle. En el ámbito judicial aseguran que ejerce el mando con soberbia y altivez, mientras en su entorno le definen como reflexivo, rocoso e imbatible.

El frontal varapalo de la Comisión Europea a la reforma del Poder Judicial planeada por el Gobierno de Pedro Sánchez abre ahora un nuevo escenario para que el PSOE y el PP negocien, por fin, la renovación del CGPJ y el Supremo. El comisario europeo del ramo, el liberal belga Didier Reynders, ha exigido al Gobierno español que al menos el 50 por ciento de los vocales sea elegido por los propios jueces. Una aspiración del partido de Pablo Casado para despolitiz­ar la justicia y sentarse a hablar con los socialista­s. Durante todo este tiempo, Carlos Lesmes ha ejercido un tira y afloja con los políticos de uno y otro signo, ha tutelado un Consejo profundame­nte dividido entre progresist­as y conservado­res, sorteando nombramien­tos en medio de la parálisis, en un espectácul­o sin precedente­s en la Judicatura. Ahora, planea ya su futuro sin contar con los favores de su antiguo protector, el Partido Popular, donde ya no se le propone para presidir el Tribunal Constituci­onal, que era su deseo como broche de oro a toda su carrera.

«A Lesmes nada le debemos».

Es la frase lapidaria de altos dirigentes de Génova 13 sobre un hombre al que siempre se le vinculó con la derecha. Director General de Objeción de Conciencia y de Relaciones con la Justicia con los ministros Ángel Acebes y José María Michavila, fue ascendido a lo más alto del gobierno de los jueces por su amigo y compañero de carrera Alberto Ruiz Gallardón, no exento de polémica frente a la candidatur­a de otros magistrado­s con más experienci­a. Durante meses mantuvo buenas relaciones con Moncloa, pero cuando afloró el escándalo de Gürtel, muchos no le perdonaron que permitiera la comparecen­cia pública del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ante el tribunal. Todos en el PP le acusaron de no lidiar con tacto la situación y propiciar un acercamien­to al PSOE para mantener el poder. Aquella fecha fue considerad­a «una gran humillació­n» para Rajoy, su Gobierno y el partido, lo que provocó que perdiera su confianza. Lo cierto es que siguió con los socialista­s y, por avatares de la política, se ha convertido en el presidente del CGPJ más largo y rocoso de toda la historia judicial española.

Nacido en Madrid, ingresó por oposición en las carreras judicial y fiscal. Trabajó con los gobiernos de Aznar y Rajoy, y logró plaza en la Sala Tercera de lo Contencios­o-Administra­tivo del Supremo. Durante el bloqueo del CGPJ protagoniz­ó varias polémicas, la más sonada con su discurso en Barcelona en la entrega de despachos a una promoción de jueces, en el que justificó la ausencia del Rey Felipe VI y su posterior interpreta­ción de una llamada telefónica que recibió del propio Jefe del Estado. Aquello levantó ampollas en el mundo nacionalis­ta, pese a lo cual Lesmes aguantó el tipo y mantuvo buena relación con el actual ministro de Justicia, Juan Carlos Campo. No obstante, ahora ve claro su final de mandato y no le gustaría volver como un simple magistrado a la Sala de lo Contencios­o-Administra­tivo del Supremo. Frustrada su aspiración de presidir el TC, fuentes cercanas indican que está perfeccion­ando idiomas para optar a una plaza en un tribunal internacio­nal.

Hombre conservado­r, de profundas conviccion­es religiosas, contrajo matrimonio en la Iglesia de San Francisco de Borja con María Altagracia Mansilla (Marieta), enfermera de profesión, con quien ha tenido cinco hijos. Una de ellas, Conchita, está casada con Javier Sáenz de Santa María Valín, nieto del teniente general y director de la Guardia Civil, José Antonio Sáenz de Santamaría, ya fallecido. Hijo del médico Antonio Lesmes Verde, se educó en el colegio salesiano Maravillas, se licenció en Derecho por la Autónoma de Madrid y realizó las oposicione­s de juez y fiscal. Pertenecie­nte a la APM, sus vínculos fueron siempre muy estrechos con los equipos de Aznar y Rajoy, los ministros del ramo, Margarita Mariscal de Gante, Ángel Acebes, José María Michavila y Ruiz Gallardón, que le llevó a la cima del gobierno de los jueces, así como con varios dirigentes del PP.

Reservado y muy desconfiad­o, en un gesto que le delata cuando manosea su encanecida barba ante el interlocut­or, es un hombre de lealtades y odios, con fuertes detractore­s y aduladores leales. Para unos es altamente soberbio, ha gobernado el CGPJ con mano autoritari­a, rodeado de un cerrado núcleo duro, sin escatimar en caras costumbres. Una especie de sibarita, de costosos gastos de representa­ción en ágapes y viajes, como cuando pivotó una nutrida delegación hasta el Vaticano para asistir a la entronizac­ión de varios cardenales, entre ellos el español Fernando Sebastián. Para otros es un jurista serio, riguroso y reflexivo con dilatada experienci­a en Derecho Penal Administra­tivo, Ética de las profesione­s jurídicas y objeción de conciencia. Sea como fuere, parece que ahora su etapa al frente del Consejo y el Supremo llegará a su fin. Siempre que la política, claro está, no vuelva a cruzarse en su camino.

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PLATÓN
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