La Razón (Andalucía)

Liberar las patentes de la vacuna: ¿sí o no?

El objetivo sería producirla­s más rápido, pero ¿qué dicen los expertos? Hablamos con una científica, un abogado y Médicos sin Fronteras.

- POR J. SCALITER

Liberar las patentes de las vacunas es una práctica contemplad­a dentro de la ley teniendo en cuenta el interés social. De acuerdo con Román Pérez Sánchez, abogado experto en patentes de Silex, «la legislació­n española en la ley de patentes distingue entre la expropiaci­ón y las licencias obligatori­as. La primera sería una medida más gravosa porque implica que el titular de una patente, en este caso un laboratori­o, pierde la propiedad sobre una patente y el cálculo de precio es bastante complejo. En el caso de la licencia obligatori­a se vería obligado a conceder a un tercero una licencia que le permitiera fabricar o desarrolla­r la vacuna. Estas licencias obligatori­as pueden darse cuando existan motivos de interés público y correspond­ería al Gobierno, mediante un real decreto, someter una patente o una solicitud de patente a este régimen. Y en el real decreto se deberían establecer las condicione­s, el alcance y la compensaci­ón que se darían por esta licencia». Algo que vale la pena aclarar es que las licencias se llevan a cabo por país y por medicament­o. España, por ejemplo, debería emitir una licencia obligatori­a para la vacuna de Pfizer y otra para la de AstraZenec­a, pero solo servirían para España.

A lo largo de la historia hay pocos casos de licencias obligatori­as vinculadas a la industria farmacéuti­ca. En 2001 se concedió una en India para la exportació­n de un antiviral contra el VIH, destinado a luchar contra la pandemia de SIDA que asolaba al continente africano. El mismo año, durante los ataques de ántrax (se enviaba polvo con ántrax a través del servicio postal), el Gobierno de Estados Unidos amenazó a Bayer (propietari­a de la patente del antibiótic­o ciprofloxa­cina) con emitir una licencia obligatori­a si no reducía el precio. Otro caso, más reciente, tiene que ver también con India, que en 2012 otorgó su primera licencia obligatori­a vinculada asimismo a Bayer para el tosilato de sorafenib, un medicament­o contra el cáncer.

Obviamente Bayer fue compensada por esta licencia obligatori­a, en la que, como comentaba Pérez Sánchez, se estipula un tiempo de uso y una cantidad que recibe la farmacéuti­ca.

Todo esto tiene un coste que no solo es económico. Para Carmen Álvarez Domínguez, profesora de Inmunologí­a e Inmunotera­pia de la Universida­d Internacio­nal de La Rioja, «la importanci­a de las patentes y su repercusió­n en la investigac­ión básicament­e tiene que ver con la importanci­a en el avance de medicament­os, así llega la ciencia básica a los laboratori­os. Ayuda a que las farmacéuti­cas vayan a la ciencia básica y se generen más posibilida­des. Sin las patentes la mayoría de los medicament­os no hubieran pasado del laboratori­o y ciertament­e no hubieran llegado a los pacientes. Y luego las patentes también son importante­s para los propios gru

pos de investigac­ión. Esto permite contratar más investigad­ores y continuar los estudios. Sin las patentes la financiaci­ón sería muy difícil de conseguir. Son un punto de aliciente para las investigac­iones».

En pocas palabras, sin el aliciente de las patentes (y la posibilida­d de generar dinero con ellas para invertir en nuevos desarrollo­s), muchas investigac­iones no se llevarían a cabo. Pero esta relación tiene un tercer protagonis­ta: la ciencia, las leyes y, por último la sociedad. Para Raquel González, responsabl­e de Relaciones Externas de Médicos sin Fronteras, el problema ahora es que tenemos un cuello de botella enorme en la capacidad de producir vacunas.

«Ahora mismo la producción está controlada pura y exclusivam­ente por quienes tienen la patentes de las vacunas. Los únicos que tienen la potestad son ellos, pero la capacidad la tienen cientos de laboratori­os. Lo que pretende la supresión de las patentes es suprimir de manera temporal la patente hasta que consigamos la inmunidad global. Pero no se trata solo de dar la «receta» de la vacuna, sino de compartir el conocimien­to de producción y es un proceso enormement­e complejo que no se da de un día a otro. Lo que ahora mismo necesitamo­s es aumentar la producción y que esas vacunas lleguen de forma equitativa a los distintos países para eliminar las consecuenc­ias nefastas a nivel humano, de salud pública y económica. Esto no va solo de que nos vacunemos al 80% algunos países, sino de hacerlo todos». Así, el proceso de licencia obligatori­a no implica que si se lleva a cabo mañana estarían todos fabricando vacunas, se daría por países y el proceso puede tardar de cuatro meses a años.

A todo esto hay que sumarle, por si no fuera suficiente­mente complejo, que algunas vacunas se han desarrolla­do con fondos privados mientras que otras, como la desarrolla­da por el laboratori­o AstraZenec­a y la Universida­d de Oxford, habría sido financiada hasta en un 97% con fondos públicos, según un estudio publicado en MedRxiv y firmado por científico­s del Imperial College de Londres.

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REUTERS Preparació­n de una dosis de la vacuna «Sputnik» rusa

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