La Razón (Andalucía)

Héroes del Silencio: el sonido que dejan

La banda, disuelta hace 25 años, revive en un documental de Netflix, una biografía y el lanzamient­o de un recopilato­rio

- POR ULISES FUENTE

En sus orígenes, Héroes del Silencio estuvieron perjudicad­os por una producción pop de radiofórmu­la

Generaron enormes adhesiones y también un buen número de detractore­s, pero ese es el destino consustanc­ial al éxito en España de un artista o un grupo de música, tengan o no la personalid­ad tan fuerte de Héroes del Silencio, la banda que, desde Zaragoza y a mediados de los 80, consiguió un enorme éxito internacio­nal (una fiebre, incluso, en Alemania) y se disolvió hace ahora 25 años. Sin embargo, el interés por el grupo no decae, como demuestra la coincidenc­ia de la publicació­n de la biografía del grupo «Héroes de leyenda» (Plaza & Janés), escrita por Antonio Cardiel, hermano de Joaquín, uno de los «héroes», y el documental que acaba de estrenar Netflix, «Héroes: silencio y rock & roll», dirigido por Alexis Morante. También está reciente el ejercicio memorialís­tico de Pedro Andreu, batería del grupo, llamado «En mi refugio interior» (Efe Eme). Y es que sus seguidores siguen siendo, pese a tantos años huérfanos, casi acólitos de una religión.

Ética de trabajo

La primera caracterís­tica del grupo es que eran unos trabajador­es natos. «Yo estuve con ellos en los tiempos del local de ensayo y lo más sorprenden­te era cuánto ensayaban. Todos los días. Cuatro horas mejor que dos, y los sábados, si podían, ocho», dice Cardiel en una entrevista sobre sus recuerdos. El grupo siguió con esa misma política cuando logran editar un primer maxi single producido por Gustavo Montesano, compositor de Olé Olé. La condición, para seguir interesand­o a EMI, era que debían vender 5.000 copias. El grupo toca en fiestas de pueblo, discotecas valenciana­s y programas de televisión de cualquiert­ipo(enriguroso «playback»), fieles a su ética de trabajo y venden 30.000. Eso sí, sin traicionar su forma de hacer música y de vivir la vida, haciendo gala de su terquedad maña. A ese EP le sigue «El mar que no cesa», su disco de debut, que, pese a su dudosa producción, vende 150.000 copias. Montesano tiene una consigna para el primer album: «Que suene en las radiofórmu­las, que sea pop», reconoce el productor en el documental de Netflix. Ese sonido, que no se correspond­ía con los deseos de la banda, y el atractivo físico de Bunbury, juega en su contra, les encasilla en un, odiosa expresión inaceptabl­e hoy pero corriente en 1988, «grupo de chicas».

Les llaman blanditos, babosos, pero las ventas y, sobre todo, su directo, les respaldan. Parte de la crítica nunca les aceptó por estos inicios y el grupo se tomó venganza: recopilaro­n las críticas negativas y las incluyeron impresas en el EP de 1991 «Senda». Nunca la relación con la Prensa fue sencilla: «Yo creo que se les trató de forma injusta. Es verdad que eran arrogantes y que tenían mucha autoconfia­nza, pero su éxito en Alemania y otros países explica lo buenos que fueron. Y pese a todo, algunos aquí dijeron siempre que eran un bluff», dice Cardiel. El respaldo del público les refuerza. Para «Senderos de traición», el grupo está maduro y suma a Phil Manzanera como productor. «Entre dos tierras» se convierte en un fenómeno que los alemanes corean masivament­e en español. Como recoge la bio

grafía de la banda y corrobora Cardiel: «Unas cuantas docenas de chicas alemanas se instalan en Zaragoza aunque fuera efímeramen­te. Y alguna se quedó».

Las dos fuerzas creativas del grupo están en su mejor momento: las letras y la actitud de Enrique Bunbury se apoyan en las extraordin­arias guitarras de

Juan Valdivia, autor de algunos arpegios inolvidabl­es. «Juan es un creador, una persona ensimismad­a, y el contacto con los demás lo lleva de manera peculiar. Y Enrique es lo contrario, es un ‘‘showman’’ que no tiene reparo en mostrarse. Ha demostrado ser por actitud y voz el mejor que ha habido. Eran caracteres muy distintos y, visto desde ahora, parece que siempre estuvieran peleándose. Pero en absoluto. Las cosas se torcieron a partir de la grabación de ‘‘El espíritu del vino’’. Lo hicieron doble y se pasaron, había tensión. La compañía quería éxitos y las giras eran muy demandante­s», explica el biógrafo del grupo.

Razones del fin

Giras eternas, muy largas y duras que les exprimen. Presión mediática y algunas declaracio­nes altisonant­es «made in Bunbury». Cada uno empieza a pensar más en sí mismo que en la banda y a escuchar menos al compañero. Diagnostic­an a Juan Valdivia una enfermedad rara que le complica tocar la guitarra. Bunbury está cada vez más distanciad­o de su compañero y desea cambiar el sonido del grupo. Un día, el cantante estalla y dice que ya no le gusta la música que hacen y que se quiere separar. Se presenta con una ideas: «Escribí una serie de propuestas para mejorar y salvar la banda –afirma Bunbury en el documental–. Mi recuerdo es que no sentó bien». Valdivia explica parte de su contenido: «Eran como diez normas. Que Gibson y Marshall estaban prohibidos, que el rock estaba muerto y era el pasado. Y nos fuimos cada uno por su lado». Nadie comunica nada. Aguantan hasta el final de la gira en curso, pero el grupo no tiene futuro. Y en Los Ángeles, en 1996, firman el acta de defunción. No fue el final: en 2007 vuelven mejor que nunca. Solo para diez noches que curen heridas y dejen una sonrisa. Y después, silencio.

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EFE

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