La insignia de lo perdido
Javier San Pedro Ortega, insultantemente joven, intrépido y osado bodeguero riojano con cinco generaciones de viticultores a sus espaldas, elabora la singular Viuda Negra. Esta peligrosa dama afila su cuchillo en la Finca de Villahuercos, y su daga está impregnada de tempranillo blanco. El dulce veneno que nos enamora y nos lleva a nuestra perdición por los sentidos, reposa un terso medio año sobre el corpiño de sus lías. Francia y sus aromas, con un pequeño toque de acacia, prescriptor del crimen. El luto aquí es promesa de alegría recuperada, la de esta variedad tan exclusiva como los rincones del amor. Quizá la combinación de la barrica, o el hecho de utilizar una uva tan poco común para La Rioja, mutación curiosa con perfil salino que se confunde mucho con el Albariño, determina que este vino de esencias blancas sea el perfume perfecto de los amores prohibidos. El audaz ensayo de este fresco y fragante vino piscícola, con aroma a fruta tropical y sabor cortés, se presenta como un contemporáneo minué de enaguas perdidas y puñal en la liga. Reconciliamos la soledad de la viuda con todo tipo de marisco, verduras y hortalizas o, incluso, con el queso, sin descuidar la vertical elegancia de un steak tartar. Verticalidad que tiene, desde luego, este blanco vibrante con cierto perfil atlántico, de sostenida acidez, la misma de las nostalgias inconsolables de nuestra viuda.