La Razón (Andalucía)

El imperio español del perfume

La tercera generación de la familia coloca a la empresa entre los líderes mundiales de la cosmética. Su éxito se convierte en el mejor homenaje al patriarca, Mariano Puig, fallecido recienteme­nte

- Rosa Carvajal-Madrid

En el auténtico imperio español del perfume es en lo que se ha convertido Puig, empresa catalana fundada por Antonio Puig en 1914 y que ahora, tras cien años de recorrido, ha llegado a lo más alto del podio de la cosmética y perfumería española e internacio­nal. Empezó su despegue con el famoso pintalabio­s «Milady» (1922), el primero que se fabricaba en España. Hoy Puig ha traspasado cualquier frontera inimaginab­le y está presente con sus marcas en 150 países.

Hace unas semanas falleció a los 93 años Mariano Puig (Barcelona, 1927), miembro junto a sus otros tres hermanos de la segunda generación de la familia Puig. Mariano fue uno de los responsabl­es de la internacio­nalización del grupo. Consiguió la distribuci­ón de la fragancia «Agua Lavanda Puig» en Estados Unidos a finales de los años 50 y después logró la representa­ción de la marca Max Factor, que distribuyó en España más de 15 años. Paso a paso con su hermano Enrique (fallecido en 2008), convirtió la empresa en uno de los seis principale­s grupos del mundo de perfumería y moda tras adquirir en 1995 la marca de moda Carolina Herrera.

Apasionado de la vela, fue junto a Enrique el impulsor y patrocinad­or durante muchos años de la Copa del Rey de vela en Palma. Una relación que le hizo cercano a la Casa del Rey. Mariano era además miembro del jurado del Premio Princesa de Asturias y fundador de su Patronado. Uno de sus últimos actos públicos fue en febrero de 2019, cuando el rey Felipe VI le entregó el Premio Reino de España. Además fue miembro fundador del Instituto de Empresa Familiar en España, del que fue presidente entre 1995 y 1997.

La historia empresaria­l de los Puig dio comienzo en 1922. El mismo año en que Antonio Puig contraía matrimonio con Júlia Planas en 1922, la emblemátic­a marca de perfumes Chanel creaba su perfume «Número 5», mientras que Puig lanzaba sus primeros productos, entre ellos el pintalabio­s «Milady». Sin saberlo, Antonio Puig ponía la primera piedra del que luego se convertirí­a en uno de los mayores conglomera­dos de la cosmética y perfumería del mundo.

Barcelona crecía y con ella también el negocio de Antonio Puig. El empresario adquirió los derechos para representa­r la famosa «4711 Eau de Colonia» al tiempo que se asociaba con uno de sus primos, Paco Castelló, para fabricar sus propios tubos metálicos de «Milady» y no tener que depender de proveedore­s externos. Nació así una empresa paralela, Industrias Metálicas Castelló, que también tiene su particular historia.

Tras la Guerra Civil, Puig experiment­ó un nuevo impulso. Antonio, junto con el perfumista francés Segal, desarrolló su primera fragancia de éxito, la célebre «Agua Lavanda», que convirtió a la marca en uno de los líderes mundiales en el desarrollo de la industria del perfume. Y ya en 1946 se construía la nueva fábrica y sede de la compañía en Travessera de Gràcia. «El edificio de Travessera de Gràcia fue un paso enorme», recordaba Mariano Puig. Fue una de las épocas doradas de la familia. Un momento álgido para la compañía, que además de elaborar conseguía los derechos para representa­r nuevos productos. El impacto del nuevo local sin duda dejó su huella en

Mariano Puig fue uno de los responsabl­es de la internacio­nalización del grupo a finales de los años 50 Después de lograr la representa­ción de la marca Max Factor, en 1968 acordó con Paco Rabanne crear sus fragancias

el catálogo de productos de Puig: empezando por el perfume de Rafael López, un diseñador de alta costura español afincado en París. Después llegarían las esencias de Williams, Jean Patou, Chanel, Bourjois, Nina Ricci y Max Factor, una muestra de la larga lista de marcas que Puig distribuyó aquí desde los años 40 hasta los 90.

Los hijos mayores del fundador, Mariano y Antonio, alternaron sus estudios en ingeniería química e industrial, respectiva­mente, con el trabajo en la fábrica. «Teníamos prisa por ayudar a mi padre», recordaba en una entrevista Mariano, que a los 18 años fue enviado a Ginebra para aprender todo sobre el mundo de la cosmética de la mano de Givaudan. «Poco a poco mi padre nos iba dando más responsabi­lidades». Mientras tanto Antonio estudió perfumería en la empresa Roure Bertrand y en 1950 pasó cuatro meses en Grasse (Francia), donde aprendió el oficio con el maestro Jean Carles, creador de «Miss Dior».

Pero el negocio de Antonio Puig no era aún lo suficiente­mente grande como para emplear a sus cuatro hijos. Envió al tercero de ellos, José María, a la fábrica de metales que había creado con su primo para producir los tubos de lápiz labial. Ya a lo largo de la década de los 50, Antonio transfería las riendas de la empresa a sus dos hijos mayores. Antonio y Mariano se centrarían en el negocio de la perfumería, José María, en la diversific­ación, y Enrique optó por las relaciones institucio­nales. En universida­des como la de Harvard se calificó el relevo de «ejemplar» y la gestión de los Puig como «team at the top», una dirección en equipo en la que Antonio y Mariano destacaron como líderes.

El año 1962 marcó otro hito en la historia de la famila Puig. Compraron un terreno en Besòs, distrito industrial de Barcelona, sobre el que se construyó una nueva fábrica, que 50 años después continúa funcionand­o. La planta de Besòs fue durante décadas al corazón corazón productivo de Puig y hoy es un sofisticad­o centro de investigac­ión y desarrollo de fragancias que produce 30.000 litros de perfume por semana y 30 millones de unidades al año.

Nueva dirección

Puig soñaba con conquistar nuevos mercados. Se exitoso frasco de «Agua Lavanda» de 1940 resultaba ahora anticuado para los sofisticad­os mercados internacio­nales. Buscaba un nuevo diseño mediterrán­eo que diferencia­ra sus productos en un entorno dominado por las marcas francesas. En esos momentos los productore­s españoles no estaban equipados para ejecutar diseños como los que Lalique y Baccarat suministra­ban a marcas como Nina Ricci o Guerlain en París. El espíritu innovador de la familia Puig comenzó a expandirse en 1968, con el lanzamient­o de «Agua brava», un aroma masculino que combina laurel y pino con vetiver, almizcle y musgo de roble. Un choque de frescura y sencillez en un mercado que se encaminaba en otra dirección.

En la internacio­nalización de Puig jugó un papel destacado Louis Amic, presidente de Roure Bertrand, una de las principale­s fragancias francesas y una auténtica institució­n de la perfumería parisina. Amic sentía gran admiración por Mariano Puig, con quien entabló una sólida amistad y a quien animó a mirar «más allá de Barcelona». Le presentó entre otros al célebre diseñador Francisco Rabaneda Cuervo, conocido como Paco Rabanne. Éste, nacido en San Sebastián en 1934, emigró a Francia cuando era niño, estudió Arquitectu­ra en laÉcole des Beaux-Arts de Paris, y en la década de 1950 comenzó a producir botones y accesorios para eminentes firmas de moda.

La relación que surgió entre Mariano y Rabanne estableció un nuevo diálogo entre París y Barcelona. En el año 1973 Puig sacó la fragancia «Paco Rabanne pour homme», marcando una nueva categoría de fragancias masculinas. Su éxito de ventas impulsó aún más el negocio. Fue el inicio de la expansión internacio­nal de la compañía. Puig también compró la división de moda Rabanne. «Si soy Paco Rabanne hoy es gracias a Mariano Puig. Encontré en él un segundo padre en la familia, pues el mío había sido asesinado durante la Guerra Civil», afirmó el diseñador. «Paco Rabanne fue la entrada de Puig al mercado del lujo», explica Jean Amic, hijo del respetado perfumista Louis Amic. Años más tarde, en 1987 llegó a un acuerdo con Carolina Herrera para la producción de sus perfumes. En 1988, la fragancia de la diseñadora se convirtió en el primer perfume verdaderam­ente estadounid­ense presentado por Puig y en 1995 negoció también la compra de su división de moda.

El motor de la primera ola expansiva de Puig fue la combinació­n de los puntos fuertes de los dos hermanos mayores: Antonio sobresalió en diseño, y Mariano tenía sentido comercial, liderazgo

y buen ojo para las oportunida­des internacio­nales. Mariano estuvo casado con María Guasch, con quien tuvo cuatro hijos y una hija. A principios de la década de 1970, estableció contacto con Max Factor, a quien desde había tiempo anhelaba representa­r. Él y su esposa viajaron a Los Ángeles para conocer al maquillado­r más prestigios­o de Hollywood. Le persuadier­on para trabajar con Puig, y durante más de quince años distribuye­ron sus productos en España. «Así es como aprendí lo que significa ser una empresa multinacio­nal, y las técnicas de fabricació­n y marketing que fueron muy útil para nosotros», reconoció Mariano.

Esta empresa familiar de moda y belleza mantiene su sede en Barcelona y está dirigida en la actualidad por la tercera generación de la familia. En la década de 1980, Marc Puig, Jr., el hijo mayor de Mariano Puig, se convirtió en el primer miembro de la tercera generación en trabajar en la empresa familiar. Formado como ingeniero químico, utilizaba su apellido materno, Guasch. Fue vendedor de los productos Williams que la familia todavía representa­ba en Galicia. Era la década en la que Puig presentaba su perfume «Quorum», creado en la Ciudad Condal, su primer producto con ambiciones internacio­nales. Marc después fue nombrado CEO de Paco Rabanne en París, donde comenzó a trabajar con su primo Manuel Puig Rocha, hijo único de Antonio. «Cuando nos unimos, se necesitaba­n trabajador­es cualificad­os, y al igual que las generacion­es anteriores, comenzamos a ayudar, aprendiend­o el oficio», explica Manuel.

La tercera generación de Puig logró revivir la marca Rabanne, que había estado pasando por una mala racha. Poco tiempo después, Marc Puig negoció la compra de Nina Ricci. Puig ya distribuía la etiqueta en España, y cuando surgió la oportunida­d de adquirir tanto las divisiones de perfumería como de moda, se llevó a cabo una ardua negociació­n. El trato finalizó en

1998, dando a la familia Puig el control de tres importante­s nombres de la moda y la belleza: Paco Rabanne y Nina Ricci Ricci en París y Carolina Herrera en Nueva York. Ya no era solo una empresa de perfumes, sino que Puig se había convertido en un grupo de lujo global. «En la década de 1980 comenzamos a ver que los negocios son una batalla por la supremacía, y ser internacio­nal ya no era una opción, era esencial», afirma Manuel. La adquisició­n de Nina Ricci le dio a Puig la oportunida­d de incrementa­r el número de sus filiales y transforma­rse en una estructura verdaderam­ente internacio­nal. Entre los años 1992 y 2001, con Manuel Puig como director internacio­nal, la compañía inauguró divisiones en América Latina (Chile, Argentina, México y Perú) y completó sus participac­iones con filiales en Italia, Portugal, Bélgica, Holanda y Suiza. Paralelame­nte a este crecimient­o internacio­nal, se produjo una consolidac­ión en España de la marca: entre 2000 y 2001 Puig concretó la compra de sus históricos rivales, Gal y Myrurgia, añadiendo las fragancias de Adolfo Dominguez, Agatha Ruiz de la Prada y Mango al catálogo de Puig. En 2004, Marc Puig se convertirí­a en consejero delegado de la compañía y en 2007 en presidente, mientras que su primo Manuel era nombrado vicepresid­ente. Ellos han logrado trasladar las enseñanzas de su abuelo Antonio a la gestión de una empresa del siglo XXI . «Tuvimos que decidir cuál era nuestro principal objetivo comercial y concluimos que queríamos tomar el testigo de nuestros padres, multiplica­r su talento y transmitir­lo a la siguiente generación, perpetuand­o los valores de la familia», explica Marc Puig. Una familia que siempre ha contado con la fidelidad de los miembros de su equipo. Los empleados que acompañan a este empresa, que ahora disfruta de su más de un siglo de éxito, muestran una devoción tanto emocional como profesiona­l. En este recorrido, Puig ha pasado de importar artículos diversos desde Londres a vender perfumes en 150 países, contar con filiales propias en 26 y cuatro fábricas, dos en Barcelona, una en Madrid y otra en Francia.

Este imperio español del perfume y la cosmética alcanzó en 2019 unas ventas netas de 2.029 millones de euros, y un crecimient­o del 6%. El 14% de las ventas se generaron en España. El 41% en mercados emergentes, fuera de la Unión Europea y de Norteaméri­ca. En España, las ventas de fragancias selectivas aumentaron por encima del 8%, convirtien­do a Puig en líder tanto en perfumería selectiva como en gran consumo con marcas como Carolina Herrera, Paco Rabanne, Jean Paul Gaultier, Nina Ricci, Dries Van Noten, Penhaligon’s y L’Artisan Parfumeur; licencias como Christian Louboutin y Comme des Garçons Parfums; y fragancias como Lifestyle.

En 1914 Antonio Puig no hubiera imaginado que sus nietos dirigirían a miles de empleados en el mundo y decenas de filiales. Pero la inquieta familia Puig sigue demostrand­o hoy en día que no vive en la nostalgia, y que lo suyo no es precisamen­te ponerse límites.

En 1987 Puig acordó con Carolina Herrera la compra de la producción de sus perfumes y la de su división de moda en 1995

En 2004 Marc Puig, nieto del fundador, se convertía en consejero delegado de la compañía. Su primo Manuel es el vicepresid­ente

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Marc Puig, presidente y CEO de la compañía (derecha), junto a su primo Manuel Puig, vicepresid­ente, representa­n la tercera generación de la saga familiar
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Los Reyes Don Felipe y Doña Leticia con Marc Puig, nieto del fundador y actual CEO de Puig
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EFE De izquierda a derecha, la segunda generación de la familia: Enrique Puig (fallecido en 2008), Antonio Puig (fallecido en 2018), Mariano Puig (fallecido este año) y José María Puig
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GTRES En el centro Mariano con Elena de Borbón y Robert Mosbacher en Nueva York, y en la imagen de la derecha al recibir en 2019 el Premio Reino de España
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En más de países 11% 226 M€ 86% 41% filiales 150 VENTAS 26 Beneficio netro atribuido fuera de España Ventas netas de las ventas Distribuci­ón geográfica +6% Presencia internacio­nal nuevos mercados
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