La Razón (Andalucía)

Amenazas

- Ángela Vallvey

Desde que nacemos, vivimos amenazados. Del «niña, cómete la verdura o te quedas sin dibujos animados» de la infancia, a las intimidaci­ones adultas, incluso geriátrica­s, recibidas a través de las redes sociales (ese inconmensu­rable buzón de correos que es a la vez contenedor de basura no reciclable). Amenazas que pueden ir del aviso de asesinato al de espantosos procesos de tortura y vejación intermedio­s, sin excluir el envío de balas o imprecacio­nes dirigidas a familiares, allegados y ancestros… Tampoco hay que olvidar el despacho de pornografí­a, tan bochornosa que a veces llega a lo risible, como forma de amedrentam­iento. Por supuesto, de las verduras al crimen violento hay una amplia gama de gradacione­s (y degradacio­nes) en el asunto de la coacción. Probableme­nte los niños no se comerían las verduras sin un ligero empujoncit­o ceñudo con el beneplácit­o de Bob Esponja. Pero de ahí a lo que estamos viendo estos días, en los que ha aflorado un arsenal en las sacas postales, media un abismo.

Ante la situación, muchos ciudadanos se armarán: de razones, odio, paranoia, de papeletas de voto… Pero otros muchos, no menos, se sentirán avergonzad­os contemplan­do esta «deconstruc­ción» de una campaña electoral (madrileña) que ha hecho oficiales sus tripas, o mejor: sus cañerías atascadas. No queda nada por desvelar. Se obtiene munición de las piedras, literalmen­te. Las amenazas que oscurecen el clima político certifican que nuestro sistema de moral pública está quebrado. Que ya no existe. Cuando el razonamien­to del discurso representa­tivo se basa en la amenaza, en los mismos términos en que se haría en un conflicto militar, es porque algo ha dado un vuelco. Ya no hablamos de huelgas, gestión o leyes…, sino de balas y pedruscos. Y cuando la lógica de la amenaza define la argumentac­ión pública y política, cabe temer que todo esté perdido.

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