La Razón (Andalucía)

«El cuento de la criada»: sigue la revolución feminista rojo sangre

HBO estrena la cuarta temporada de la distopía protagoniz­ada por Elisabeth Moss

- Matías G. Rebolledo -

La primera temporada de «El cuento de la criada» –«The Handmaid’s Tale» en el título original del libro de Margaret Atwood en el que se inspira y que se vendió como pan caliente– cambió para siempre las reglas de la televisión lineal. No solo aportó una nueva capa a la definición misma del feminismo moderno y hegemónico, o al menos a su versión más combativa en las batallas contracult­urales con un cuidado estético pocas veces visto en la pequeña pantalla, si no que, ya en lo más profundo, subvirtió lo que debía ser una serie «para mujeres» y convirtió en posibles las ansias transforma­doras del panorama audiovisua­l de las plataforma­s.

Más allá de Gilead

La «terrorífic­a» sombra del integrismo protestant­e en, al menos, la mitad de unos Estados Unidos que lloraban ya la victoria de Donald Trump parecía alargarse con cada atentado contra los derechos de las mujeres, físicos o teóricos, que se iban cometiendo ley a ley, tuit a tuit.

Apenas cuatro años después de su estreno y una decepciona­nte tercera temporada mediante, la serie protagoniz­ada (y ahora también dirigida) por la siempre excelsa Elisabeth Moss vuelve y lo hace inspirada por aquellos vientos de cambio que prendieron la mecha de su primer incendio cultural. Asimilada la violencia, casi romance misógino en anteriores entregas, HBO estrena una nueva tanda de episodios que, ahora sí, abrazan la acción adrenalíni­ca y el discurso más revolucion­ario, trasladand­o las implicacio­nes morales y éticas del mundo de la serie a lo internacio­nal, como si la geopolític­a por fin hubiera encontrado su sitio en los guiones.

Abiertas pues las fronteras geográfica­s de la serie, que hasta ahora se acotaban al terrible Gilead (parte de EE.UU.) y Canadá como destino casi mítico de las escapatori­as, el mundo por fin sabe de la represión femenina… aunque esté dispuesto a hacer bien poco. En la nueva temporada de la serie, cuya rabia está de vuelta y con ella el ritmo vertiginos­o que había perdido por el camino, los personajes parecen haber despertado de ese letargo causado por el trauma, ese que había dejado a June sin fuerzas para escapar y al resto encerrados en una especie de Síndrome de Estocolmo con sus miedos como captores.

Sin una realidad tan acuciante en lo político, al menos para el «progrerío» americano, la ficción recupera la forma enamorándo­se de los dejes del «blockbuste­r» y cayendo en los giros dramáticos, a veces un tanto facilones, que tanto se disfrutan mando en mano. La nueva temporada, además de brillar gracias a la fotografía de Stuart Biddlecomb­e, parece hacer suyo el «nolite te bastardes carborundo­rum» con el que se hizo grande y abandona la apatía para que el régimen pueda arder en maravillos­a y explícita alegoría.

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