Giratorio
Que gira o se mueve alrededor: eso significa «giratorio». La puerta giratoria, el castizo «revolving» crematístico a que nos tiene habituados la política patria, es algo que no por sabido resulta menos cívicamente humillante. Pero, como nos están acostumbrando a normalizar lo inimaginable, todo el mundo calla y traga. Por eso quizás pocos se rebelan al ver cómo el espacio público, la cosa pública, el lugar donde debiera cristalizar la democracia, se ha convertido en un INEM de altos vuelos que aloja a la élite extractiva como una de esas salas VIP de los aeropuertos, que prohíbe la entrada de la famélica legión.
El «gobierno» de lo público es un chollazo. Si algo nos está enseñando este tiempo infame es la formidable distancia que media entre el obligado tributario y una casta política venida para forrarse, que toma «su» parte del botín de las apetitosas arcas públicas, y usufructúa sin tino los privilegios del poder para acabar largándose cantando por Silvio Rodríguez, o por peteneras. Caminito de la puerta giratoria, hacia el mundo discreto de los forrados enchufados, o de la fama y el espectáculo, platudo también.
Realmente estamos construyendo un paisaje que expulsa a los más válidos de lo que debería ser «servicio público» mientras atrae a los buscavidas, a los mercachifles y tronistas de la propaganda, la bronca y el tradicional pelotazo. No es extraño, pues, que vayamos «Camino de Perdición». La política ya es un campo lleno de puertas. Giratorias. Un juego de búsqueda del Tesoro. Público. Si bien, sabemos que en política el mérito raramente cuenta, porque lo exigible es tener «expertise» haciendo «links» poltroneros con amiguetes y amantes influyentes. Y es que el peloteo, el mamoneo (literal) y el chalaneo deberían ser temas de un Máster. (Aunque, ahora que lo pienso…, a lo mejor ya lo son).