La Razón (Andalucía)

Batallita

- Lucas Haurie

El heredero de una de las grandes sagas de la industria japonesa explicaba, mediados los años sesenta, la lucidez de sus decisiones en los últimos momentos de la II Guerra Mundial, cuando comprendió que la derrota era ineluctabl­e pese al optimismo de la propaganda imperial: «No dejaban de llegar noticias de nuestros gloriosos triunfos… pero las batallas eran cada vez más cerca de Tokio».

Hace un lustro, como ahora, Susana Díaz era retratada por sus aduladores de cámara como la mujer providenci­al destinada a ennoblecer la degradada política nacional, una especie de Juana de Arco de izquierdas, «roja y decente» según amable autodefini­ción, llamada a sacar al PSOE de su deriva centrífuga. Ni de lejos olió La Moncloa por mera cobardía para presentar batalla a Rajoy en el momento adecuado, falló dos veces en su asalto a Ferraz, le fue arrebatado el poder en San Telmo tras cuatro decenios de hegemonía socialista y desde el jueves pugna por conservar el liderazgo de la oposición regional sin que nada garantice, como en anteriores ocasiones, que la seguridad en la victoria que hoy exhibe se torne a la apertura de urnas, con ocasión de la festividad de San Antonio de Padua, en (otra) derrota estrepitos­a. En puridad, sus bazas para ganar de una santa vez se reducen a dos: la toxicidad hodierna de La Moncloa, donde a Pedro Sánchez empiezan a crecerle los enanos desde que a su gurú, Iván Redondo, lo abandonaro­n las musas; y la escasa penetració­n de Juan Espadas fuera del perímetro de la SE-30. ¿De verdad van apoyar al alcalde de Sevilla, ojito, en las agrupacion­es de Frigiliana o de Huércal-Overa? El partido se jugará en ese inframundo –con sus fuerzas malignas y todo– que son los aparatos provincial­es, donde a priori las fuerzas están igualadas.

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