El cielo y las ideas
Llevamos una temporada en la que las ideologías y quienes las enarbolan andan enredados en una conga desbaratada y confusa: ni la izquierda es izquierda, ni la derecha es derecha. Hoy, la ideología es un concepto sin contenido, excepto en los diccionarios. Llevamos lustros observando cómo las lindes que definen una ideología aparecen borrosas y desfiguradas; ni sus líneas rojas se respetan. Las ideologías tienden a dar bandazos, la mayoría de las veces dependiendo de los líderes que las abanderan, y no resisten bien la irrupción de algunos dirigentes. Cuando Lenin y Trotsky llegaron al poder en la Unión Soviética, lo primero que hicieron fue negarle un mínimo de autonomía a los sindicatos, al entender que estando gobernando dos bolcheviques consumados como ellos, el obrero estaría más que protegido; a las pocas semanas, los trabajadores vieron aumentados sus días de trabajo y disminuidos sus salarios, así como algunos derechos. Pero eran los suyos, aunque no supieran qué significaba eso exactamente. Solo hay que ver como terminaron Trotsky y Stalin, ambos de izquierdas, ambos bolcheviques… y hasta ahí la hermandad ideológica. Uno de los hegelianos marxistas que a Trotsky más le gustaba leer era el italiano Antonio Labriola, que defendía que «las ideas no caen del cielo». Aunque mi frase favorita es la que Trotsky le decía a Lenin cuando éste se desesperaba viendo las divergencias en el seno de su partido: «la revolución es grande pero no ha acabado con los imbéciles».
Con el concepto de «izquierda»– como con el de «derecha»– sucede lo mismo que con el de «intelectual»: no está muy claro quién lo es y por qué merece ostentar esa etiqueta, por lo que convendría redefinirlo. Hay términos que se utilizan con demasiada alegría, como consecuencia del desconocimiento o de una ignorancia interesada. Mejor cerciorarse de lo que uno es antes de presumir de serlo.