VUELVEN LOS TAQUILLAZOS: DE «UN LUGAR TRANQUILO» A «EL OTRO GUARDAESPALDAS 2»
John Krasinski dirige a la actriz en la segunda entrega de la aplaudida por crítica y público «Un lugar tranquilo», una nueva ración de terror inmersivo
Para que algo de miedo, primero tiene que imaginarse. La premisa esencial de cualquier experiencia cinematográfica pavorosa reside en la ocultación intencionada de lo que no necesita ser visto para ser temido, en el incómodo nerviosismo de saber qué o quién habrá detrás de esa puerta, al fondo del pasillo o dentro del armario, en el momento previo de la conversión inmediata de lo etéreo en elemento tangible. Es antes de ponerle cara al asesino y no después cuando los músculos se contraen y el espectador experimenta la fase preparatoria que antecede al grito, pero, ¿qué ocurre con el sonido? ¿Es posible sentir miedo del silencio?
La metáfora de la paternidad
En 2018, el director John Krasinski ya demostró que sí. Y lo hizo mediante la creación de una película, «Un lugar tranquilo» –candidata a los Oscar de 2019 y elegida como una de las mejores películas de 2018 por el Consejo Nacional de Crítica de Cine Americano–, construida sobre unas bases fuertes de tensión narrativa en donde un clan estrechamente unido, la familia Abbot, se defiende de una fuerza extraterrestre destructiva cuyas habilidades para la caza se guían instintivamente por los ruidos.
Tres años después del estreno e impacto del filme protagonizado por Emily Blunt, el cineasta y también actor propone una secuela de la travesía de los Abbot pese a que, tal y como él mismo asegura, «inicialmente, no tenía intención de hacer una secuela, ya que en ningún momento se había diseñado la historia para que fuese una saga». Sin embargo, «la fuerza del mundo que creamos ejerció una enorme atracción para profundizar más en él, para ver adónde podría llevar a los Abbott como familia», asegura Krasinski. Diseñada en parte gracias al impulso del nivel de expectación generado, esta segunda recoge el testigo escénico del final de la primera y arranca en el punto exacto en el que pudo verse por última vez a los Abbott. Asumiendo la pérdida del cabeza de familia, dejando atrás cualquier atisbo de seguridad proporcionado por el «camino de arena» y buscando refugio en un pueblo que ha enloquecido por el temor, la familia se da a la fuga.
En un momento en el que la empatía y la conexión prácticamente se han extinguido de la tierra, se esfuerzan ya no solo en protegerse los unos a los otros de la amenaza del sonido, sino en ser capaces de encontrar un hilo de esperanza en el silencio sepulcral que les rodea. Señala el director que la idea primigenia de esta continuación «se basaba en ampliar la metáfora de la paternidad para ver hasta dónde podía llegar, explorando esa evolución natural que se produce cuando los hijos abandonan la seguridad del hogar para lanzarse al mundo». Sirviéndose de dicha exploración progresiva y autónoma del mundo por parte de los hijos, de la etapa freudiana inevitable de matar al padre, Krasinski apuesta por una metáfora sobre los peligros que la independencia conlleva. «Está claro que la promesa que como padres hacemos a nuestros hijos de que mientras estén con nosotros podremos mantenerles seguros en algún momento termina rompiéndose», remata.