La Razón (Andalucía)

El ser humano sabe mal, según una ballena jorobada

Un pescador fue tragado por una, pasó medio minuto en su boca y después fue escupido

- José Aguado

JosiahJosi­ah Mayo vio cómo Michael Packard volaba a los aires desde el mar y suspiró de alivio. Un minuto antes estaba vigilando desde su barca el agua porque Michael buceaba en busca de langostas, pese a que la jornada había sido buena y no necesitaba más. Lo que sucedió después tuvo sentido a posteriori, que es cuando identifica­mos las señales y le damos el sentido narrativo con el que construimo­s nuestras vidas: el agua se calmó, desapareci­eron las burbujas y luego, como contaba el «New York Times», como la tormenta tras la calma, se agitó. Josiah dice que vio una aleta, está seguro que vio una cabeza y pensó que era el tiburón que esos dos pescadores amigos siempre habían temido, que el miedo se había hecho realidad. Después, sin embargo, antes de poder asociar ideas, antes de que la reacción primaria del cuerpo te haga salir corriendo, vio a Michael salir volando.

En la historia bíblica, Jonás se niega a seguir el mandato de Dios, que le manda ir a predicar a Nínive. En el puerto, él toma un barco en dirección contraria, pero a medio camino se desata una tormenta cruel e inhumana, como si fuese una venganza divina. Jonás, cuando los desesperad­os marineros buscan al responsabl­e de tanta ira, revela que es él. Le tiran al mar, la tormenta se apaga y una ballena se traga al profeta durante tres días y tres noches.

Para Michael fueron 30 segundos como mucho. Primero sintió un fuerte golpe inesperado y en seguida se dio cuenta de que no tenía rasguños ni sangre ni violencia. Estaba todo oscuro: «Pensé que no había forma de salir de ahí: ‘‘Estoy acabado, estoy muerto’’», se dijo en la oscuridad absoluta y con la ballena apretándol­o. Vio que se acercaba el final y se acordó de sus hijos, dos adolescent­es de 12 y 15 años.

Pero no le tragaba. Podría haber rezado o rendirse, pero lo que hizo fue intentar salir y pelear contra esa boca que le apretaba, sin llegar a devorarlo. Quizá se quedaría ahí para siempre hasta que no tuviera oxígeno.

Las ballenas jorobadas comen a granel, sin diferencia­r lo que entra en su boca. Ven un banco de peces, abren sus enormes fauces y meten dentro todo lo que puedan. Es la ley de la superviven­cia: la que se da en el mundo animal y en las familias numerosas.

Pero un ser humano no es un buen bocado. El «New York Times» hace una comparació­n más o menos exacta: sería como si nos comiésemos una mosca. Eso somos para una ballena que alcanza los treinta metros. Y si te comes una mosca, lo primero que haces es expulsarla.

Michael contaba después la historia en las redes sociales y en los periódicos: dice que vio una luz, pero no metafísica ni metafórica. Vio luz y luego sintió que todo se volvía a agitar con frenesí y sin cuidado, como había sucedido antes de ser tragado. Salió escupido, como una mosca.

Su amigo Mayo le vio volar, le recogió y le llevó al muelle mientras llamaba a los servicios de emergencia para que se ocupasen de él. Estuvo ingresado, pero más por prevención que por otra caso. Sólo había sufrido magulladur­as.

Jonás descubrió la culpa y el miedo. «En cuanto esté bien –dijo Packard– vuelvo al mar».

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Michael Packard estuvo ingresado, pero no tenía nada roto, sólo magulladur­as

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