Música y muerte: esto es la ópera
La ópera está llena de truculencia. Recuerdo que, cuando de joven, dirigí y presenté un programa en «Radio El País», logré que Pedro Ruiz Nicoli, con quien había trabajado anteriormente en la puesta en marcha de BMW Ibérica en España, lo financiase con algo de publicidad. Diseñé una cuña con el asesinato de Scarpia y un día se me ocurrió decir en antena «y ahora pasamos a una escena truculenta». El calificativo no le gustó nada a Pedro y nos hizo cambiar la cuña. Pero la ópera está plagada de estas historias.
Me vienen, a vuelapluma, algunos ejemplos. Por ejemplo, la escena final de «Gioconda», cuando agoniza la protagonista tras beber el veneno destinado a su rival y el barítono, que la deseaba y viendo ya imposible tenerla, le grita «tu madre me ofendió ayer y la he estrangulado». Otro final que me resultó impactante es el de la «Francesca de Rimini» de Zandonai. Gianciotto acaba apuñalando a su adúltera esposa y al amante de ésta en medio de una música verista a más no poder.
No le va a la zaga el terrible final de «Il tabarro» pucciniano cuando Michele, tras una impresionante aria, asesina al amante de su mujer –«¡Gusano! ¿Querías bajarte en Rouen, no es cierto? ¡Te irás muerto al río!»– le amenaza después de hacerle confesar y, a continuación y sin más esperas, le muestra a ella el cadáver bajo su abrigo.
En fin, Puccini mata hasta al apuntador en su citada «Tosca». Después de que la protagonista acuchille a Scarpia –«y ante él temblaba toda Roma»– ve cómo su amante Mario es fusilado y decide arrojarse al Tiber desde la torre del castillo Sant’Angelo romano.
Músicas vibrantes, pero también hay ejemplos belcantistas, como el final de «Lucia», con Edgardo clavándose un puñal ante el cortejo fúnebre de su amada. Esto es la ópera.