El síndrome de la cola fantasma

En un momento de «Luca», otra película de Pixar que la Disney ha decidido reservarse para su plataforma de pago, el protagonista, un monstruo marino que comprueba por primera vez que, al salir del agua, se convierte en humano, se queja de que aún nota su cola. «Es el síndrome de la cola fantasma», le dice Alberto, su colega y compañero de especie. Es decir, aquello que, siendo invisible, se resiste a desaparecer en el mundo de los sentidos. En estos tiempos de homogeneidad corporativa, ¿no será «Luca» un síntoma de esa identidad singular que la Pixar ha amputado aparentando que todo sigue igual que antes (de la pandemia)? ¿No será su «cola fantasma»? «Luca» es, a todas luces, una película menor, un título de fondo de armario –o de algoritmo– que explota un concepto sencillo y eficaz para entonar, otra vez, un himno a la tolerancia hacia lo diferente y una celebración de la amistad. Pura fórmula en la que late vagamente el espíritu de «Ponyo en el acantilado», no solo en la conversión humana de las criaturas acuáticas sino también en el detallista diseño del pueblo que acoge la trama y en la modestia de un planteamiento que prefiere dejar los momentos climáticos, ruidosos, para la carrera final en la que la velocidad (para comer pasta, nadar e ir en bicicleta) supone la consecución de un sueño.