La Razón (Andalucía)

El último viaje de un nonagenari­o enamorado

- Carmen L. LOBO

Miras tres veces por la ventana de la cocina, al huerto pequeño, y de repente has visto la vida prácticame­nte pasar completa. La primera vez descubres a una joven que planta semillas en la tierra del nuevo hogar al que, junto con su marido, Tom Harper (soberbio Timothy Spall), se acaban de mudar para dejar atrás en lo posible una pérdida atroz; la segunda, esa misma mujer 30 años mayor recoge las generosas zanahorias que ya han crecido. Y la tercera... la tercera vez, Tom ya no ve a nadie. Tras la muerte de ella, el anciano decide abandonar el pueblo perdido de la mano de Dios en el que residieron medio siglo y situado en el punto más al norte de Gran Bretaña para viajar hasta la ciudad donde nació situada en el extremo sur del país utilizando para ello su billete gratuito de autobús y con la única compañía de una minúscula maleta. Tiene una promesa que cumplir, y mientras comprueba cuánto ha cambiado la sociedad desde que «se exiliaron», la multicultu­ralidad, ciertos brotes racistas –aunque el suavizado retrato en este sentido no quiere cargar nunca excesivame­nte las tintas– y la necedad de muchos jóvenes, aunque también se tope con la bondad de ciertos extraños que se preocupan por las heridas físicas y psicológic­as del nonagenari­o, la cabeza se le atiborra de recuerdos agridulces sobre el pasado. Y, a pesar de los contratiem­pos, de la mala salud que arrastra, nada ni nadie puede convencerl­o, él sabe que solo le queda ya en este mundo una misión: volver a casa. Lo realmente chocante de todo esto (y que nos resulta un poco fuera de lugar) es que Tom acabe convirtién­dose en un tipo famoso gracias a las redes sociales por un pequeño acto heroico que protagoniz­a al principio del filme. Habrá quien recuerde títulos como los muy superiores «Una historia verdadera» (David Lynch, 1999) o «A propósito de Schmidt» (Alexander Payne, 2002), cuando, en realidad, nos encontramo­s frente a una película, con un título en español que tiene miga, pequeña e igual de digna que Tom, que no entiende bien lo que sucede alrededor suyo aunque tampoco le importa ya demasiado. Una road movie crepuscula­r y sensible, en resumen, que nos hará añorar volver por fin a casa.

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