La Razón (Andalucía)

Portugal es más que su hombre-récord

- Lucas HAURIE

Cristiano Ronaldo es el máximo goleador histórico de un torneo que su selección ganó sin él sobre el campo

a victoria de Portugal en la pasada Eurocopa, la manera en qué llegó, alegró el verano a la exigua, pero devota, cofradía de los lusófilos de este lado de la raya. Los habitantes del vecino ibérico, entre otras muchas, tienen las virtudes de comer mucho y hablar flojito. También adquiriero­n durante su feraz historia la costumbre de emprender aventuras insensatas, mucho más grandes que su pequeño país: su exacerbado sentido colectivo se comprende, y admira, en toda su extensión saboreando un pollo piri-piri sobre un mantel de cuadros con, a la vista, la catedral católica de Macao, ese trocito de Lisboa trasplanta­do allí donde el Río de las Perlas se une con el Mar de China.

El 10 de julio de 2016, la fabulosa «Seleçao das Quinas» alcanzó por fin la gloria que se le venía negando con crueldad desde los tiempos de Eusebio y lo hizo de una manera… muy portuguesa. Desde cierto 25 de abril, saben los lusos que es mejor encomendar­se a un grupo cohesionad­o que a un caudillo ególatra y este título, sellado por el anónimo Éder, vino a recordárse­lo. Cristiano Ronaldo, enorme futbolista de insoportab­le arrogancia, se lesionó en la primera parte de la final y sus compañeros supieron resistir 120 minutos de ataques desaforado­s de Francia, empujada por los 80.000 hinchas que atestaban Saint Denis, para llevarse el título con un zapatazo en la prórroga.

París, donde reside una masiva comunidad portuguesa, fue por una noche la capital de esa magnífica nación que se da la justa importanci­a y que sabe reírse de sí misma. No era una fiesta, como en la autobiogra­fía de Hemingway, porque ellos celebran más hacia dentro. El escritor José María Eça de Queirós, destinado en el consulado parisino, viajaba en un tranvía junto a un compañero de la legación y una pasajera, curiosa al oírlos hablar en un idioma extraño, preguntó a los diplomátic­os si eran españoles. «Mucho peor, madame –contestó el autor de ‘La capital’–, somos portuguese­s». Ni en diez vidas sería capaz Cristiano Ronaldo de mostrar semejante rasgo de humor, vale decir de inteligenc­ia.El delantero delantero de Madeira es un genio en lo suyo, de acuerdo, pero se toma a sí mismo demasiado en serio y sus constantes reclamos de atención resultan de una patética puerilidad.

Así, la victoria de Portugal en su debut frente a Hungría no ha sido narrada como la presentaci­ón de la candidatur­a del campeón vigente a renovar su título sino como el día en que Cristiano Ronaldo se convirtió en el máximo goleador histórico de las Eurocopas. Once goles suma con el doblete de Budapest contra los nueve que totalizó Michel Platini, si bien existe una sustancial diferencia entre ambas peripecias. El crack portugués ha necesitado veintidós partidos desde 2004 para superar una plusmarca que el expresiden­te de UEFA fijó en los cinco encuentros que disputó en 1984. Casi a doblete por comparecen­cia. La estadístic­a sigue siendo el arte de mentir con precisión, escrito sea sin restarle méritos a la voraz longevidad de Cristiano.

Los dos títulos continenta­les de Francia llegaron precedidos por sendas eliminacio­nes de Portugal en semifinale­s, ambas durante una prórroga como la que decidió la final de 2016. En el 84, Jordao adelantó a los rojiverdes ya en el tiempo extra, pero los locales remontaron (3-2) gracias al segundo acierto de Domergue, héroe improbable aquella noche, y al inefable tanto de Platini. En 2000, en Bruselas, un gol de oro de Zidane tras penalti de Abel Xavier clasificó a los azules. La madre de todas las revanchas llegó en 2016 y, según la secuencia aritmética, en 2032 dirimirán estas dos seleccione­s otro duelo legendario. Este año, de momento, la cosa apunta a partido semi-amistoso para cerrar ese grupo de la muerte del que ambas saldrán muy vivitas.

La pregunta es, ¿se puede ser al mismo tiempo fan de la selección portuguesa y detractor de Cristiano Ronaldo? En este fútbol colonizado por las grandes estrellas, donde algunos se permiten incluso el capricho de desairar a los patrocinad­ores, no parece sencillo. Hace cinco veranos, sin embargo, fue posible durante un rato, por más que el divo intentase –muerto de celos– incluso suplantar al entrenador en el reparto de instruccio­nes.

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EP Cristiano Ronaldo

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