La Razón (Andalucía)

«Maricón perdido» o cómo hacer «un Lladró con una gran palada de mierda»

TNT estrena hoy los primeros tres capítulos de la serie autobiográ­fica que desnuda sin complejos al escritor Bob Pop

- Gerardo Granda-Madrid

La serie «Maricón perdido» que hoy estrena TNT y que sigue la vida de niño y adolescent­e de Roberto Enríquez, o sea Bob Pop, es un alarde y una enseñanza vital. La intención del guionista y escritor no era ni mucho menos eso, ya que como él mismo ha confesado cuando le llamaron de la cadena le pareció «un disparate» que alguien quisiese convertir en serie de televisión «mis experienci­as». Pero cuajó con ayuda de El Terrat y la llamada oportuna de TNT (cochinillo mediante), y Pop se puso manos a la obra y consiguió «trabajar con un material que me divertía mucho reelaborar» y mediante un “efecto de justicia poética” muy alejada del resentimie­nto, resentimie­nto, su creador asegura que ha conseguido «hacer un Lladró con una gran palada de mierda. Y los Lladró siempre quedan bien en cualquier sitio».

Conociendo a Bop Pop no se puede dudar de que la serie es dura. Hablamos de seis capítulos, tres que se estrenan hoy y otros tantos la semana que viene, que nos enfrenta a un niño «gordo» (entre comillas porque se dice mucho), que se cuestiona, con 12 años y vestido de Eva Perón y cantando «No llores por mí Argentina», la pregunta de su amiga: «Roberto, ¿tú eres marica?». A Bob, al de la serie y al de la realidad, le rodean una suerte de secundario­s en su vida que casi se merecen un spin-off cada uno. La madre seguro. Interpreta­da por una Candela Peña a la altura de la exigencia, que, aunque el proyecto le llegó en un momento en que «estaba cansada y no quería meterme en mucho fregao», decidió aceptar sin condiciona­mientos ni dirección por parte de Bob. Nace así una madre «que le anula su verdad y lo esclerotiz­a» hasta la agonía. Un personaje difícil de creer y que «pilota» los ataques contra su hijo. Igual de terrible el papel de Carlos Bardem, que aceptó ser un personaje sin rostro, el del padre del protagonis­ta que nos indica que con esta serie no hay victimismo ni se pretende cerrar heridas: «No hago terapia, eso solo es pagando; si no hay intercambi­o no funciona. Lo que he hecho es elegir un asunto que controlo y con el que puedo jugar sin enfadarme. No cierro heridas, la escritura sirve para dejar la herida abierta siempre».

Luz y oscuridad

Miguel Rellán encabeza a la perfección a los pocos personajes de luz que veremos en «Maricón Perdido», encarnando al abuelo de Bob, y haciendo hincapié en las referencia­s literarias que impregnan toda la serie en guión y en ambientaci­ón. Luz también es una Alba Flores, en el papel de Lola, que se enfrenta perfectame­nte al mundo por ella y por Bob, y que como explica la actriz, es «una continuaci­ón de la luz del abuelo». Excelentes interpreta­ciones también las de un Roberto Enríquez de 12 años, gracias al actor Gabriel Sánchez, que sufre el acoso adolescent­e, o el Bob Pop de los 20-30 años que interpreta Carlos González y se enfrenta al diagnóstic­o de esclerosis múltiple y a una violación en el Retiro de Madrid. El director, también novel en series, Alejandro Marín, que confiesa que solo pretendió en todo momento que ese «universo Bob Pop» permitiera respirar «mucha verdad y que incluso en las escenas más crudas abrazara y fuera muy acogedora». De ahí esos momentos musicales en los que la ensoñación se adueña de la pantalla y se entremezcl­an realidad y ficción.

Lejos, como querían, de tufillo vintage, la serie consigue enseñar sin aleccionar, pero si deja un poso y un valioso equilibrio entre momentos alegres y mierda a paladas. Al fin y al cabo, inventado por Buenafuent­e, su título es un todo como asegura Bob: «Es la historia de un maricón que se ha perdido».

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EFE Bob Pop, en el centro, flanqueado por Carlos González, su alter ego, y la actriz Julia Molins

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