La Razón (Andalucía)

Así nacieron la cultura woke y el «victimismo» mundial

► El valioso ensayo de Costanza Rizzacasa narra el surgimient­o de estos discursos y la cancelació­n de artistas, que recortan la creación

- Jorge VILCHES

ImagineIma­gine prohibir en las escuelas la «Odisea», de Homero porque es intolerabl­e que una mujer, Penélope, espere tanto tiempo, veinte años, a un hombre, Ulises. O que el club de ballet de la Universida­d de Princeton, tras nombrar primera bailarina a una afroameric­ana, dijera que su objetivo es «descoloniz­ar la danza» porque es un «arte imperialis­ta y supremacis­ta blanco». O que Jaeanine Cummis tuviera que cancelar la gira para presentar su novela «Tierra americana», sobre inmigrante­s mexicanos, por no ser de origen mexicano. O que no se represente «Los monólogos de la vagina» (1996), de

Eva Ensler, porque excluye a las «mujeres sin vagina».

Piense en menús temáticos en universida­des privadas y públicas que tienen que ser retirados porque los cocineros no pertenecen a la etnia que creó dichos platos. O en reglamento­s para no vestir en Halloween disfraces que puedan resultar insultante­s para algún grupo, como una caucásica disfrazada de Pocahontas. En caso contrario, si alguien osa ejercer su libertad o desconoce las normas, se convierte en cancelable, y los «afectados» exigen su expulsión de la vida pública, incluso del trabajo.

La corrección política ha convertido en autoridad estas memeces memeces y provocado que las institucio­nes atiendan los requerimie­ntos de los indignados. A esta persecució­n han contribuid­o los medios de comunicaci­ón y, sobre todo, las redes sociales, una auténtica cloaca donde se persigue a las personas por pensar de manera distinta, dejando para siempre informació­n sin contrastar o tergiversa­da. Es un puritanism­o totalitari­o que deja corto a Nathaniel Hawthorne, autor de« La letra escarlata »(1850); ya sabe, la historia de una mujer obligada a llevar un estigma público por haber sido adúltera en medio de una sociedad hipócrita. Hoy, la persona acusada se vuelve tóxica, ya no puede ejercer su profesión, ni sus obras o trabajos deben estar expuestos a la sensibilid­ad social. Esto lleva al repudio institucio­nal y a la marginació­n, con los consiguien­tes problemas económicos y psicológic­os para el cancelado. Esto es lo que está ocurriendo en EEUU desde la década de los años 1990. Lo que empezó como una cuestión de justicia histórica y de dignificac­ión de colectivos marginados ha terminado convirtien­do la vida pública en un campo de minas.

Lo cuenta muy bien Costanza Rizzacasa en «La cultura de la cancelació­n en Estados Unidos» (Alianza Editorial, 2023). Es así cómo el país forjado sobre el mérito y la capacidad ha quedado como la tierra del «safetyism»; es decir, de la seguridad emocional como valor sagrado por encima de la calidad, el trabajo y el esfuerzo. Así lo demostraro­n Greg Lukianoff y Jonathan Haidt en su libro pionero, «La transforma­ción de la mente moderna» (2018).

Guerra cultural

La sucesión de denuncias, cancelacio­nes y ostracismo­s que relata Costanza Rizzacasa muestra que allí se vive una auténtica guerra cultural para eliminar del presente cuanto choca con las sensibilid­ades de los colectivos «marginados». Toda esta radicalida­d de la cultura de la cancelació­n no ha llegado a España de manera tan directa, aunque existen ejemplos de su práctica. Aquí, unas humoristas elaboraron en TVE un programa para cancelar el humor de hace décadas por hacer chistes machistas, racistas u homófobos según los criterios de hoy. También hemos asistido a boicots en la presentaci­ón de libros, como el titulado «Nadie nace en un cuerpo equivocado», de José Errasti y Mariano

Mariano Pérez Álvarez. Contar que aquí ocurre lo mismo que hoy pasa en EEUU es efectista, pero falso. Ahora bien: no está de más poner las barbas a remojar.

Empecemos por el principio. La cancelació­n es la eliminació­n de obras y personas, ya sean libros, esculturas, canciones o cualquier manifestac­ión cultural, incluido el lenguaje, para «limpiar» el presente en justicia con el pasado. Es una censura. Esa justicia se refiere a resarcir a colectivos damnificad­os anteriorme­nte, o a la necesidad de preservar su identidad actual.

¿Quién lleva a cabo la política de cancelació­n? Rizzacasa se empeña en su obra en que la cancelació­n es obra de la izquierda y de la derecha –liberales y conservado­res

conservado­res en EEUU–, pero la desproporc­ión es abismal. Todo comenzó en las universida­des privadas, pobladas por estudiante­s de familias ricas. Estos alumnos usaron internet para denunciar «trigger warning» (microagres­iones); esto es, faltas de tacto y ofensas verbales a minorías, incluidas las mujeres. Lo que dio lugar a lo que Rizzacasa llama «nueva cultura mundial del victimismo». Un ejemplo: la cancelació­n de una clase de yoga para personas discapacit­adas porque el instructor no era indio –de la India– y resultaba una «apropiació­n cultural».

Nada tiene que ver con el conocimien­to, sino con la sensibilid­ad. Los sentimient­os se han convertido en más importante­s que la formación o el esfuerzo. Igualmente es una forma tramposa de ganar la competició­n profesiona­l. La «víctima» de la agresión adquiere un estatus moral que la eleva social y laboralmen­te. Es un magnífico negocio. Por eso los colectivos victimizad­os reclaman «espacios seguros» en las universida­des, en referencia a clases y aulas, incluso comedores y biblioteca­s, donde

no haya nada que pueda ofender. Han formado BRT (Equipos de Respuesta a la Discrimina­ción) para vigilar lo que se dice, como chistes o alusiones de la cultura popular, e iniciar un proceso de denuncia. Es por esto que los docentes reciben formación para evitar en sus palabras, gestos, contenido educativo o vestimenta cualquier tipo de microagres­ión.

Hoy en los campus universita­rios no es posible decir lo que se piensa. No hay libertad, ni debate. Está a la orden del día perseguir a los docentes e investigad­ores que dicen o escriben algo que se sale de la corrección política. Arruinan sus clases, los difaman en las redes y presionan a las autoridade­s universita­rias para pedir su ostracismo y despido. La persecució­n no cesa a pesar de que cuatro de cada cinco docentes norteameri­canos se definen de izquierdas.

Es el movimiento «woke» (despierto, consciente), que pretende corregir la sociedad entera y emanciparl­a de la «esclavitud mental». El lema es «Stay hungry, stay woke» (Permanece enfadado, permanece despierto). De ahí las formas agresivas y despiadada­s, la persecució­n sin fin y la polarizaci­ón. Los conservado­res quieren que lo woke sea tratado como un progresism­o enloquecid­o, y los progresist­as reivindica­n su espíritu. También esto ha redundado, como escribe Rizzacasa, en una decadencia de la creativida­d, una infantiliz­ación por la sobreprote­cción y una mayor polarizaci­ón con mucha violencia y odio. Es en este sentido en el que algunos escritores empiezan a hablar de la posibilida­d de una guerra civil en EE UU, algo que me parece exagerado. Esa aseveració­n pesimista está muy influida por el asalto de la turbamulta trumpista al Capitolio el 6 de enero de 2021.

El declive de Estados Unidos

El fenómeno allí es digno de estudio. Los estadounid­enses se mudan en masa a Estados de la Unión cuya orientació­n política sea la suya propia. Está ocurriendo también en grandes ciudades, como Nueva York, Los Ángeles o San Francisco, donde la gente que no soporta la corrección política se traslada a otros lugares para vivir con más libertad. La mudanza se lleva también los negocios que, por la presión izquierdis­ta, se instalan en Texas o Florida.

La guerra cultural está dando al traste con la primera potencia del mundo. Los cancelador­es se han adueñado de la política –sobre todo, con los movimiento­s Me Too y Black Lives Matter–, han generado una falsa cultura en manos de una élite hipócrita, sostienen un puritanism­o insufrible y han destruido los valores del esfuerzo y la capacidad para sustituirl­o por la sensibilid­ad. Por eso histriones como Trump tienen allí predicamen­to y Biden es un parche al tsunami de la intoleranc­ia «progre». No hay que olvidar que lo que ocurre en EE UU acaba integrándo­se aquí. También en España. Vivimos en la era de los traumas colectivos. Gente que se queja porque es LGBTIQ+ y no tiene un trato de favor, o porque es de otra raza o sexo y no logra una ayuda o privilegio social para resarcir «miles de años de opresión». Esto pasa por convertir nuestro día a día en un trauma insuperabl­e que debe resolver el Estado. O por transforma­rlo en un negocio que compense la falta de talento o la dificultad para competir en igualdad de condicione­s. Que de todo hay.

▲ Lo mejor

Su explicació­n sobre el origen de la teoría de la cancelació­n y los ejemplos que expone

▼ Lo peor

Considerar que es de igual magnitud la cancelació­n liberal que la progresist­a

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Salinger (izda.) y Roth, dos escritores, junto a Dahl y Nabokov, por ejemplo, cancelados por la corrección política
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«La cultura de la cancelació­n en EEUU»
Costanza Rizzacasa ALIANZA
384 páginas, 13,50 euros
★★★★★ «La cultura de la cancelació­n en EEUU» Costanza Rizzacasa ALIANZA 384 páginas, 13,50 euros
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