Casi nadie quiere ser feriante
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Mucho ha pasado (1264) desde que Alfonso X El Sabio otorgase a Jerez de la Frontera la capacidad de celebrar dos ferias, una en abril y otra en septiembre. Desde entonces, tal y como se comprueba estos días en el espectacular recinto de la Feria del Caballo, hay cosas que, en esencia, no han cambiado. El ambiente festivo, el buen vino de la tierra, la presencia del caballo (su origen es ganadero) y los feriantes, ese gremio que, hoy día mecanizado y modernizado, sigue siendo parte importante, imprescindible, de su alma, regalando momentos de emoción a mayores y, sobre todo, pequeños.
Gremio que, desde finales de abril hasta septiembre, vuelve a estar presente en las ferias andaluzas, contribuyendo a generar economía y empleo en un entorno que cada vez se antoja «más complicado» y provoca que, poco a poco, muchas de las grandes familias de feriantes de la provincia de Cádiz y de Andalucía no sigan con el negocio familiar.
«Uno echa la vista atrás y se da cuenta de lo mucho que han cambiado las cosas, en especial en los últimos tiempos», señala Florencio Rubio, hijo y nieto de una de esas familias históricas de feriantes e integrante de la junta directiva en Cádiz de la Federación de Empresarios Feriantes de Andalucía, Ceuta y Melilla.
«Las cosas se han complicado en muchos sentidos, lo que ha hecho que la profesión ya no sea ese lugar seguro en el que a lo largo de décadas nos hemos refugiado tantas familias», explica.
«Antes –apunta con nostalgia– todo estaba más controlado; sabíamos en qué ferias íbamos a poder estar, los gastos no eran tan elevados y las exigencias tan altas. Eso nos daba la capacidad de tener cierta perspectiva, cosas que ahora no ocurren». «Todo esto, sumado a las graves consecuencias que un sector como el nuestro padeció durante la pandemia, ha hecho que, como es mi caso, muchos hayamos diversificado el negocio», añade. A los problemas económicos, Florencio Rubio une otro, no de menor calado, y que comparte con el sector hostelero: «La falta de personal que quiera trabajar en un sector tan sacrificado como éste».
«Antes, en mis tiempos, esto no era un problema. De hecho, yo terminé mis estudios básicos con 15 años y a los 17 ya estaba en el negocio con mi padre. Ahora todo es distinto. Por un lado, los feriantes queremos algo mejor para nuestros hijos, un futuro no tan sacrificado, y, por otro, los jóvenes, que nos han visto sufrir desde pequeños, también aspiran a otra cosa mejor», se lamenta.
En su caso, sus dos hijas «han estudiado en busca de esa vida mejor». De hecho, una es ingeniera aeronáutica y la otra maestra.
Esto, unido a lo poco atractivo de un sector en continuo movimiento y que, como ocurre en la hostelería, trabaja cuando los demás se divierten, ha provocado falta de mano de obra y, por tanto, la necesidad de recurrir a personal extranjero. «No es algo que nosotros determinemos o elijamos; viene dado por la situación», explica.
Principalmente, personal procedente de Rumanía y Ucrania, «país con el que mantenemos fuertes vínculos y al que, fruto de la invasión rusa, estamos ayudando con el envío de material».
«Como en todos los sectores – aclara Florencio Rubio–, los feriantes cumplimos en condiciones y salarios con nuestro personal y, como el resto, estamos sometidos a exhaustivos controles. No obstante, entendemos que nadie nos mire como modo de vida a largo plazo, porque aquí no existe esa continuidad laboral que pueden brindar otros sectores».
Rubio recuerda que durante la pandemia se vieron en la cuerda floja, «con miles de familias en Cádiz y en toda Andalucía, sin trabajo y, por tanto, sin ingresos». Lo peor ha pasado, pero la situación sigue siendo complicada.
«Los jóvenes, que nos han visto sufrir desde que eran pequeños, aspiran a algo mejor»