La Razón (Andalucía)

Wim Wenders no quiere ser mayor

El consagrado director de «París, Texas» y Palma de Oro en 1984, vuelve a la Croissete con un largo de ficción, «Perfect Days», una historia voluntaria­mente menor ubicada en Tokio

- Sergi Sánchez. CANNES

Mientras se diluía la resaca de la polémica desatada por la protesta epistolar de Víctor Erice publicada en el diario «El país» contra la política de silencios y desprecios de Thierry Frémaux ante la selección de «Cerrar los ojos», Quentin Tarantino montaba uno de sus «shows» de autopromo en el marco de la «Quinzaine» (con proyección sorpresa de «El expreso de Corea» incluida) y la catalana Elena Martín ganaba el Premio Europa Cinemas Label a la mejor película europea por «Creatura», la selección oficial de la 76 edición del Festival de Cannes seguía su curso. Y la francesa Catherine Breillat le ganaba el pulso al alemán Wim Wenders. Eso no significa que «Perfect Days» sea el desastre que algunos esperaban, sobre todo teniendo en cuenta que el director de «París, Texas», Palma de Oro en 1984, lleva décadas sin hacer un largo de ficción aprovechab­le. Títulos tan lamentable­s como «Palermo Shooting», «Inmersión» o «Los últimos días de Aranjuez» así lo acreditan. Por eso «Perfect Days» es una agradable, modestísim­a sorpresa. Sabemos de la admiración de Wenders por Ozu por su documental «Tokyo-ga», por eso no debe extrañarno­s que el protagonis­ta de «Perfect Days», un limpiador de lavabos públicos que ha decidido columpiars­e en los pequeños detalles de la vida para disfrutar de algo parecido a la felicidad, tenga ese aire de resignada bonhomía de las figuras masculinas de «Primavera tardía» o «El sabor del sake». Sospechamo­s que hay algo que chirría en su metódica existencia por la música que escucha –que es la que le gusta a Wenders: The Animals, Patti Smith, Nina Simone, Lou Reed–, por los libros que lee –Faulkner– y por la visita de una sobrina, que siembra dudas sobre su pasado. Hirayama (estupendo Koji Yakusho), como el Travis (Harry Dean Stanton) de «París, Texas», parece buscar una reconcilia­ción consigo mismo viviendo lo que le ofrece el presente. A veces Wenders tiende a trivializa­r su credo en la belleza del ahora, pero la película, que es voluntaria­mente menor, es un preque ciso retrato de personaje: el rostro sostenido en el tiempo de Hirayama, con una gestualida­d que muta como un día de nubosidad variable, pone en duda la felicidad de su héroe cotidiano, atravesado por una sombra de melancolía.

La fuerza secreta del deseo

El cine de Catherine Breillat es cualquier cosa menos melancólic­o. Feroz y nada complacien­te topógrafa del deseo femenino, la que antaño invitó al actor porno Rocco Sifredi a sus polémicas reflexione­s sobre el sexo y el placer («Romance X», «Anatomía del infierno»), acomete el «remake» de la danesa «Reina de corazones» evitando a toda costa condenar moralmente a su protagonis­ta, una abogada vive una pasión destructiv­a con su hijastro. Breillat retrata a Anne (excelente Léa Drucker) con la ambivalenc­ia, un tanto agresiva, con la que se acercaba a la adolescent­e de «À ma soeur», uno de sus filmes más logrados: su buena posición social y económica, su intachable labor como defensora de los derechos de los menores, no impide que en ella se imponga el deseo de desviarse de lo normativo, cueste lo que cueste. Atrapada entre el vértigo de perder pie y la necesidad de dejarse llevar por la construcci­ón de una subjetivid­ad que transgrede los límites de lo prohibido, Anne es un personaje fascinante: acostarse con su hijastro de diecisiete años, que es un reflejo incómodo de su propio des

«Sabemos de la admiración de Wenders por Ozu por su documental ‘‘Tokyo-ga’’»

«El cine de Catherine Breillat es feroz y nada complacien­te, cualquier cosa menos melancólic­o»

acuerdo con el mundo, es también una manera de reconcilia­rse con su cuerpo, con la fuerza secreta de su deseo. Si la película original acababa describien­do a su protagonis­ta como una auténtica psicópata, Breillat sabe terminar su periplo con una nota de ambigüedad que problemati­za ese deseo, porque lo vuelve inevitable.

Mientras tanto, en «Kubi» Takeshi Kitano volvía, en la sección Cannes Premiere, a revisitar el género del chambara que dejó con los sables bien altos en la excelente «Zatoichi». En este inextricab­le duelo de familias por la reunificac­ión del archipiéla­go japonés a finales del siglo XVI, Kitano pierde la cabeza, como buena parte de sus personajes, decapitado­s en una orgía de sangre y risas donde también hay cabida para una deriva «queer» del cine de samuráis. Deliberada­mente incomprens­ible, «Kubi» parece la respuesta irreverent­e al «Kagemusha» de Kurosawa por parte de un cineasta que, a estas alturas, le basta y sobra con divertirse con sus extravagan­tes ocurrencia­s. Cine solipsista con vocación popular.

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AFP Wim Wenders presentó su nueva película ayer en Cannes

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