La Razón (Andalucía)

«Matar cangrejos»: loros, verbenas y Michael Jackson

Omar Razzak viaja hasta la isla de Tenerife de los 90 para narrar el final de la inocencia

- M. G. Rebolledo. MADRID

Fue una de las mejores películas que se pudo ver en el último Festival de Málaga, relegada a la sección Zonazine pero con las hechuras de un premio en la Sección Oficial, o quién sabe si algo más. «Matar cangrejos», de Omar Al

Abdul Razzak, es uno de los trabajos más vivos e interesant­es que nos va a entregar este año el cine español por su acercamien­to nostálgico a la infancia, pero también por su encomiable labor paisajísti­ca, descripció­n del margen liminal del Paraíso en un Tenerife que vibra de color en cada plano.

Un cine vivo

«La película, en realidad, la escribí hace muchísimo, cuando tenía 18 o 19 años», explica un Razzak que atendía a LA RAZÓN al sol de Málaga. Y que aquí cuenta la historia de dos hermanos (Paula Campos y Agustín Díaz) en esa atemporali­dad atemporali­dad infinita que ofrece el estío a los críos, aquí pegada a lo noventero gracias al contexto: el mismísimo Michael Jackson va a visitar el parque natural de loros en el que trabaja la madre de los niños y Tenerife entera se prepara para la ocasión. «Me gusta mucho la comedia, pero mi problema es que no sé escribirla. Todo lo que hay yo creo que es hasta cierto punto sin querer», añade sobre una especie de «The Florida Project» a la canaria que salta a la comba con su propio tono. Y completa: «Hay quien verá la película como comedia y otros como drama, dependiend­o de qué consideren más importante. Mi principal intención era que pasaran cosas todo el rato, que no fuera mera observació­n. No quería hacer una película muerta».

Tras ser nominado al Goya con el cortometra­je «La prima cosa», y entre un estudio irónico de lo etnográfic­o, danzas folclórica­s incluidas, y una reflexión mucho más tierna sobre lo que debe y no debe ser el final de la inocencia, Razzak construye en «Matar cangrejos» una película emotiva, pero hiperreali­sta, acerca del final de la inocencia. Y es justo ahí donde Campos y Díaz brillan: «Sinceramen­te, como venía del documental, lo que más me ha gustado es poder dirigirles, poder trabajar con ellos en los ensayos. Y eso que yo renegaba mucho de ello. Esta es una película muy, muy ensayada, desde la primera escena hasta la última. Me lo pasé bien con ellos, porque son geniales», completa el director, al que desde ya habrá que seguir la pista como una revelación.

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