La Razón (Andalucía)

El personaje

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En su batalla por el poder, Yolanda se ha movido en un crudo enfrentami­ento con sus antiguos amigos de Podemos. Fue la primera en viajar a Bruselas para verse con el fugitivo Carles Puigdemont, le importa un bledo cargarse la Constituci­ón y vocifera esa cantinela de «plurinacio­nal» con una imponente patochada: «Somos un país de países», en una definición de España que suena a broma. Mantiene su Vicepresid­encia y la poltrona de su Ministerio de Trabajo sin importar que, bajo su gestión, los datos del paro en España arrojan las peores cifras de Europa.

Al frente de una ensalada de 24 partidos, Yolanda Díaz se cree más atractiva y menos arisca que Ione Belarra o Irene Montero, despliega sus encantos de musa comunista en encaje de seda, melena rubia y modelitos de lujo sin reparos para traicionar a Pablo Iglesias, quien escogió a esta gallega como heredera sin ser militante de Podemos.

Afiliada al PCE y sindicalis­ta de Comisiones Obreras, Iglesias fue su asesor cuando ella trabajaba con el dirigente del BNG, José Manuel Beiras, a quien también luego dio la espalda. Desde su militancia en el grupo En Marea llegó como diputada al Congreso, se forjó como portavoz en relaciones laborales y su ascenso fue vertiginos­o hasta que Iglesias la propuso ministra de Trabajo en el Ejecutivo de coalición socialcomu­nista, donde siempre estuvo vigilada de cerca por Belarra y Montero, ahora totalmente destronada­s. Pertenece a esa casta comunista con doble vara de medir, roja por fuera, burguesa por dentro, enfundada en trajes de diseñadore­s y zapatos de alta gama, con una melena teñida de mechas rubias que se cambió hace años cuando su cabello natural, muy oscuro, la hacía bastante mayor.

Quienes bien la conocen la definen como «una roja entre algodones», con herencia familiar de comunistas y sindicalis­tas que, sin embargo nunca sufrieron los rigores de una saga puramente obrera. Separada ahora de su marido, Andrés Meizoso, tras 20 años de matrimonio, madre de una hija, Yolanda Díaz presume de pancartera del feminismo radical, la amnistía ilegal y el separatism­o inconstitu­cional. Está por ver cómo sale de las tres citas electorale­s que se avecinan, aunque los vientos no le son favorables.

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