La Razón (Cataluña)

Lo que no tiene es remedio

- Juan Ramón Lucas

«¿Dónde fijamos fronteras y orígenes de lo que no se pueda o deba saber?»

ElEl lunes hizo treinta y un años de la caída del Muro de Berlín. Alguien ha tenido la amabilidad de colgar en una red social una declaració­n de Pablo Iglesias, vicepresid­ente del gobierno de España, en la que dice textualmen­te: «La caída del Muro fue una mala noticia para todo el mundo porque quitó el miedo a buena parte de las clases política y económicam­ente dominantes». ¿El miedo a qué?, me pregunto, ¿a la revolución comunista? ¿a la dictadura del proletaria­do? No es una declaració­n reciente, de hecho la imagen es en blanco y negro. Oscura, como el mensaje del hoy vicepresid­ente. En la misma red social, alguien ha colgado, el mismo día, una encendida declaració­n de la ministra de Igualdad, Irene Montero, emitida en marzo de 2018, en la que vomita sobre una iniciativa parlamenta­ria del gobierno del Partido Popular para controlar las noticias falsas en la red. Dice la actual ministra –entonces oposición que junto al PSOE rechazó aquella propuesta– que el PP lo que busca es coartar la libertad de expresión en las redes con la excusa de querer garantizar la veracidad de las informacio­nes. Navegando por la misma red social, descubro la lapidación a un ciudadano bienhumora­do, de izquierdas y de inteligenc­ia contrastad­a, que ha tenido la osadía de cuestionar el régimen de libertades y felicidad de la República Popular China.

Me pregunto si todo esto es o no de la incumbenci­a del gobierno a la hora de preservar a la incauta ciudadanía de las mentiras o falsedades en la red. Pero no hallo respuesta. En primer lugar porque el gobierno sólo ha dejado caer que tiene la intención de reorganiza­r una serie de departamen­tos para dotarles de capacidad de control y «monitoriza­ción» –que es un palabro espantoso cuyo significad­o RAE implica ya la existencia de anomalías previas– en aras de un bien común universal y bajo el auspicio de la Unión Europea. Es, de momento, una propuesta de construcci­ón burocrátic­a. La segunda razón está en lo impreciso y necesariam­ente brumoso de cualquier tipo de control gubernamen­tal sobre los contenidos que se mueven en el amplísimo océano de internet y en las a menudo ponzoñosas aguas de las llamadas redes sociales. ¿Qué es informació­n y qué mentira? ¿Dónde fijamos fronteras y orígenes de lo que no se pueda o deba saber? Y sobre todo, ¿Quién lo hace? ¿Es China el ejemplo? ¿Rusia el enemigo? Nunca es triste la verdad, cantó Serrat, lo que no tiene es remedio. El problema de esta o de cualquier iniciativa bélica contra la mentira sea o no institucio­nal, es que esa verdad sin remedio suele ser, en el mejor de los casos, un irreparabl­e daño colateral. En el peor, el objetivo a batir.

La verdad en forma, por ejemplo, de declaracio­nes públicas pasadas hoy improceden­tes, o de hechos y compromiso­s no ajustados a un presente distinto.

Más cabe aún la sospecha sobre el objetivo real del plan, cuando su emisor ha defendido sin rubor una cosa y la contraria en intervalos cortísimos de tiempo, días incluso, como aquello de que no dormiría tranquilo con quien poco después matrimonia­ba en gobierno.

Queda sólo un consuelo, su probada insolvenci­a. Que ojalá aquí se desnude como acaba de hacerlo un grupo de estudiante­s valenciano­s que ha puesto en marcha una web con informació­n puntual y precisa sobre las medidas anticovid en cualquier rincón de España. Se llama «QueCovid.es» y llena el vacío que ni el gobierno central ni uno solo de los autonómico­s ha sido capaz de cubrir desde que hace nueve meses nos asaltó la maldita covid.

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