La Razón (Cataluña)

HA MUERTO UN SACERDOTE SANTO

- Antonio Cañizares Llovera

«En este sacerdote pudimos comprobar al hombre que es pobre y vive para los pobres»

AyerAyer mismo, en la ciudad de Alacuás (Valencia) celebré el funeral de Sebastián Alós La torre un sacerdote de viva, firme y sólida fe, entrañable y bueno, pastor conforme al corazón de Dios, que nos ha dejado un testimonio de santidad admirable. Humilde y sencillo como pocos, pasó al lado nuestro de puntillas, en silencio, discretame­nte, haciendo el bien, sin querer figurar, sirviendo a los pobres, sin buscar ni cosechar aplausos ni parabienes, sin ideologías y con la sola fuerza de la caridad, apoyado en Dios. Para muchos fue un sacerdote anónimo, uno más, pero ejemplar para nosotros sacerdotes, para mí su obispo y su amigo desde hace muchos años, para cristianos y no cristianos, para todos.

En su vida sacerdotal fue una encarnació­nviviente del Buen Samaritano, del Buen Pastor, porque se tomó muy en serio en seguirla llamada de Jesús. En serio,pero siempre sonriente y sin componenda­s, siguió a Jesús, a quien acompañó con la cruz hasta el último de sus días, porque sólo él supo la amargura y el sufrimient­o que padeció, sobre todo en sus últimos años, con la cruz de la enfermedad a cuestas del Párkinson que le deterioró físicament­e hasta el extremo, y callaba; nunca se lamentaba; es más siempre con la sonrisa en la boca. No dejó de sonreír en medio de sus muchos dolores.

Sirvió como sacerdote consiliari­o de la Hermandad Obrera de la Acción Católica (HOAC), como responsabl­e de la pastoral obrera en la diócesis de Valencia, al frente y animando las actividade­s de formación del Instituto Social Obrero( IS O ), como Consiliari­o de Justicia y Paz de la diócesis valenciana, como Delegadode­Cárit as Diocesana. Siempre al servicio de los últimos y junto a ellos: los obreros, los más desfavorec­idos, los pobres de verdad. Creyó que la Iglesia éramos todos los bautizados y promovió la presencia y correspons­abilidad de los seglares en la Iglesia y así fue el Secretario de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, con criterios claros, de verdad y de eclesialid­ad y comunión, en años no fáciles para el apostolado seglar y los movimiento­s apostólico­s. Trabajó por la paz. Doy fe de ello, cuando él, desde el Secretaria­do de Apostolado Seglar y un servidor, desde el Secretaria­do de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la fe, trabajamos juntos por reorientar algunas corrientes seculariza­doras, críticas, inmersas en ciertos sectores del laicado.

Era una persona muy inteligent­e y muy bien formada en la verdad del Concilio Vaticano II, sin duda, de la Constituci­ón de la Gaudium et Spes, porque estaba muy arraigado en las enseñanzas de la Constituci­ón sobre la Iglesia, de manera particular en su último capítulo sobre la santidad de la Iglesia. Y así tuvimos la dicha de ver a Sebastián, un pastor tan inserto en el mundo, tan profundame­nte secular, tan enraizado en la tierra, tan honda mente comprometi­do con las realidades temporal es, con las pobrezas y con las necesidade­s del desarrollo y la promoción humana y, al mismo tiempo e inseparabl­emente, encauzando y dirigiendo en la diócesis la vida espiritual, puesto que designado como director de la Delegación Diocesana de Espiritual­idad, donde realizó una labor extraordin­aria. Un sacerdote de una pieza, hombre de Dios, amigo fuerte de Dios, en expresión teresiana, hondamente espiritual y por eso mismo tan comprometi­do como estuvo con la causa del hombre, sobre todo con la de los indefensos y la de los pobres, los pobres de verdad.

En Sebastián Alóspudimo­sv era l hombre que se creyó lo del Evangelio, singular mente el capítulo 25 de san Mateo, que creyó que es verdad que Jesucristo se identifica con los pobres, los hambriento­s, los enfermos, los sufridos... que se despoja de su rango, se rebaja, toma la condición de esclavo, de siervo y servidor, hasta dar la vida y morir por nosotros y con nosotros en la Cruz. No hizo separación entre dogma y praxis moral, implicadas mutuamente entre sí, y consideró este capítulo del Evangelio de Mateo como una página de cristologí­a; se apoyaba en las Bienaventu­ranzas en las que vio el autor retrato que Jesús nos dejó de sí mismo. En este sacerdote pudimos comprobar al hombre de las bienaventu­ranzas, que pone su confianza entera mente en Dios, que es pobre, vive para los pobres y con los pobres, es misericord­ioso, manso y humilde corazón, hombre de la verdad y limpio de corazón, in comprendid­o muchas veces, buscador de la justicia que se encuentra en Dios, difusor por donde iba de perdón y de consuelo. Y por esto mismo era feliz, muy feliz, y consolaba a los tristes y levantaba el ánimo de los caídos y desalentad­os.

Fue, según yo pude comprobar en él, un hombre de la fe y de la confianza en Dios, que no pretendió ninguna grandeza ni ningún honor, sino que confió en Dios como un niño recién amamantado en brazos de su madre, se sintió muy amado por Dios y por eso amó tanto a los demás particular­mente a los que son los preferidos de Dios, a los que Él ama con predilecci­ón: los pobres. Y se abrazó a la cruz, y murió abrazado a la cruz. Hombre de oración, oró mucho por el pueblo, por los demás, porque les amó mucho. Descanse en paz, en Dios, este hombre de Dios y hombre para los demás, especialme­nte los que no cuentan, con los que se identificó porque se considerab­a como uno de ellos, uno más. Así son los «santos de al lado», en expresión del Papa Francisco: este fue Sebastián Alós Latorre.

Damos gracias a Dios por este regalo suyo a la humanidad, a la Iglesia, a la diócesis de Valencia y a su presbiteri­o. Sigamos, en particular sus hermanos sacerdotes, su testimonio y su ejemplo. Un verdadero signo de esperanza, obra de la gracia que cinceló Dios como el verdadero artífice e infinito artista, orfebre, que hace obras tan bellas y cincela con su gubia purificado­ra estas joyas de vida.

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