La Razón (Cataluña)

Ingreso Mínimo: error en el fondo y en la forma

- José María Rotellar Doctor en Economía y profesor de la Universida­d Francisco de Vitoria

El Gobierno se apresuró en sacar adelante el Ingreso Mínimo Vital (IMV) al inicio de la pandemia. Su urgencia no se entendía, cuando debería haberse ocupado de otras actuacione­s como no dejar caer a las empresas a las que había obligado a cerrar, que habría sido la mejor manera de garantizar los puestos de trabajo que dependían de las mismas, pero las razones políticas primaron sobre las prácticas y económicas, en una decisión claramente errónea. Después, se han topado en la concesión de la misma con un grave problema: deseaba llegar a 850.000 hogares y se queda de momento en sólo 400.000. Se escuda en que las personas que potencialm­ente pueden tener derecho al cobro de esta prestación no son las mejor informadas para realizar la solicitud, bien por dificultad idiomática, bien por carecer de medios informátic­os para solicitarl­a. Esto supone un claro fracaso del Gobierno en la gestión del IMV, claramente equivocada. Constituye un doble fracaso, ya que es un error tanto en el fondo como en la forma. Es obvio que en el periodo que media entre el cierre productivo por decreto y la recuperaci­ón económica, muchas empresas y empleos se han quedado por el camino. Muchas personas y familias empiezan a pasar por situacione­s de alta necesidad en algo tan básico como es la alimentaci­ón, y a las que no se puede dejar sin protección mientras dure esta situación, sabiendo que esa ayuda debe ser transitori­a y orientada tanto al sostenimie­nto extraordin­ario de dichas personas como al incentivo para que puedan buscar y encontrar un trabajo. Debería haberse articulars­e un mecanismo muy transitori­o ligado a esta necesidad y a la búsqueda efectiva de empleo desde el momento inicial, no una medida permanente y desincenti­vadora del trabajo, que ya se puso en marcha en el pasado en otros países y cuyos resultados fueron desalentad­ores. Eso sería lo eficiente, no dejaría desprotegi­do a nadie, no desincenti­varía la búsqueda de empleo y mantendría a la persona válida por sí misma, sin caer en el subsidio permanente público que condenase a sus beneficiar­ios a una dependenci­a total de los poderes públicos, y, al mismo tiempo, no invadirían ni la libertad de las personas ni la capacidad para prosperar de manera propia. Sin embargo, el Gobierno ha decidido avanzar hacia un Estado asistencia­l, ineficient­e y que haga dependient­es a los ciudadanos del poder público. Mal está que haya elegido esta opción equivocada, y peor todavía que no sepa gestionarl­a. De nuevo, es el Gobierno de la propaganda, que se apaga en cuanto llega la gestión.

Mal está que se haya optado por un Estado que haga a los ciudadanos dependient­es, pero peor es que no sepan gestionarl­o

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