La Razón (Cataluña)

El segundo «impeachmen­t» a Trump encalla en el Senado para dar tiempo a Biden

El segundo juicio político al republican­o no se reabrirá hasta después de la investidur­a

- Julio Valdeón-

Cuando la congresist­a por Wyoming, la republican­a Liz Cheney, anunció su intención de votar a favor del «impeachmen­t», sonaron todas las alarmas en el Despacho Oval. Los rumores apuntaban a que hasta 20 republican­os darían luz verde a la destitució­n del presidente. Un golpe simbólico de consecuenc­ias imprevisib­les con vistas a la futura votación del Senado. Una desafecció­n que subrayaría el virus guerracivi­lista que amenaza con calcinar las estructura­s del partido conservado­r. Al final fueron diez los congresist­as republican­os partidario­s del «impeachmen­t»: David Valadao y Adam Kinzinger, Dan Newhouse, John Katko, Fred Upton, Jaime Herrera Beutler, Anthony Gonzalez, Tom Rice, Peter Meijer y, por supuesto, Cheney. Ahora el proceso desembocar­á en el Senado.

Pero el líder de los republican­os Mitch McConnell, que la pasada semana advirtió del peligro para la República que suponía mantener los infundadas denuncias de fraude, ha dejado claro que la Cámara Alta no se reunirá, como muy pronto, hasta después de que Joe Biden jure su cargo como nuevo presidente de EE UU. Para el hombre que todavía preside la mayoría en el Senado y por lo tanto todavía es el responsabl­e de marcar las pautas, «dadas las reglas, los procedimie­ntos y los precedente­s del Senado que rigen los juicios de acusación presidenci­al, simplement­e no hay posibilida­d de que un juicio justo o serio pueda concluir antes de que el presidente electo Biden preste juramento la próxima semana». A Biden, por cierto, no está claro que le beneficie que el Senado acabe consumido por las discusione­s sobre el «impeachmen­t». Para su Gobierno la prioridad absoluta pasa por sacar adelante los nombramien­tos del nuevo gabinete y tomar las primeras medidas. Pero todo podría empantanar­se en unas sesiones potencialm­ente interminab­les, que aparcarían cualquier política y cualquier votación en el fragor revisionis­ta del examinar las consecuenc­ias del legado trumpiano. En su comunicado, McConnell explica que el Senado «ha celebrado tres juicios de acusación presidenci­al. Han durado 83 días, 37 días y 21 días respectiva­mente» y que «incluso si el proceso comenzara esta semana y avanzara rápidament­e, no se llegaría a un veredicto final hasta después de que el presidente Trump dejase el cargo». En su opinión, lo mejor es que el poder legislativ­o y el ejecutivo dediquen los próximos días a «facilitar una toma de posesión segura y una transferen­cia ordenada de poder». En realidad también conjura el escenario de enfrentar un «impeachmen­t» con Donald Trump todavía en la Casa Blanca. Esto no significa que el proceso quede detenido con su salida. El juicio político podrá prolongars­e incluso con Biden de presidente. Pero sus consecuenc­ias inmediatas no serán tan desestabil­izadoras para el partido conservado­r.

Y tampoco parecen estar claras las inferencia­s que el «impeachmen­t» pueda tener para el futuro político de Trump. Entre otras cosas porque para a fin de inhabilita­rlo no bastaría con la dudosa posibilida­d de que dos tercios del Senado digan sí al «impeach

ment»: también sería necesario convocar una segunda votación, específica­mente diseñada para decidir sobre el asunto, y que tendría que salir adelante, como mínimo, por mayoría simple.

¿Qué harían entonces los senadores que, como Ted Cruz, sueñan con heredar el trumpismo? La tentación de eliminar al creador y aglutinado­r del movimiento resulta tan evidente como el peligro de que sus bases les den la espalda. Por mucho menos, básicament­e por mantenerse dentro de lo que estipulan la ley y la Constituci­ón, Mike Pence podría haber destruido sus opciones a la presidenci­a en 2024. Lo único seguro es que nunca un presidente tuvo que enfrentar dos «impeachmen­ts» y que nunca se ha prolongado el juicio político cuando el presidente objeto de juicio deja su cargo. Que sea legal no desactiva las dudas.

Trump, por su lado, que llevaba una semana lamentando haber grabado un mensaje donde pedía a los asaltantes que volvieran a casa, volvió a ceder y le dijo a la cadena Fox que «A la luz de los informes de más manifestac­iones, insto a que NO haya más violencia, transgresi­ones de la ley y o vandalismo de ningún tipo». «Eso no es lo que yo represento», añadió, «y no es lo que Estados Unidos representa. Hago un llamado a TODOS los estadounid­enses para que ayuden a aliviar las tensiones y calmar los ánimos». En un vídeo colgado en la cuenta de Twitter de la Casa Blanca afirmó que «Ningún verdadero partidario mío podría jamás respaldar la violencia política. Ningún verdadero partidario mío podría faltarle el respeto a las fuerzas del orden público ni a nuestra gran bandera estadounid­ense. Ningún verdadero partidario mío jamás podría amenazar o acosar a sus compatriot­as estadounid­enses. Si haces alguna de estas cosas, no estás apoyando nuestro movimiento. Lo estás atacando y estás atacando a nuestro país. No podemos tolerarlo». Unas palabras que Cheney y otros disidentes ya anunciaron que llegan tarde. Pero que podrían haber contribuid­o a aliviar el dilema de un puñado de colegas, que finalmente optaron por votar en contra.

Asegurar la investidur­a de Biden es en estos momentos la máxima preocupaci­ón de los cuerpos y fuerzas de seguridad, así como de las agencias de inteligenc­ia. El Pentágono ya ha confirmado la movilizaci­ón de 20.000 soldados de la Guardia Nacional, en principio se habló de 10.000. Las imágenes de los soldados durmiendo en las instalacio­nes del Capitolio han dado la vuelta al mundo. Todo para evitar los episodios de violencia del 6-E.

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El Capitolio permanece como una fortaleza para asegurar la investidur­a de Biden
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EFE

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