La Razón (Cataluña)

La matanza de Atocha vuelve cuarenta y cuatro años después

El atentado se lleva a escena con una obra en la que ha colaborado su último sobrevivie­nte

- Julián Herrero

Llama la atención que un montaje con un tema tan trágico, serio, como la matanza de Atocha (1977) tenga un origen tan poco formal como este que presenta Javier Durán en el Teatro del Barrio. Porque no vayan a pensar que, en este caso, el director y autor era de esos que tienen en mente una idea desde hace años después de haberse empapado bien con textos sobre lo sucedido, realizar entrevista­s a los implicados y demás. No. Los inicios de «Atocha: el revés de la luz», que se programará en la sala madrileña (Lavapiés) del 19 al 24 de enero, son más festivos, y no por ello menos válidos: la Feria de Abril. Sí, entre rebujitos, cervezas, platos de jamón y muchas sevillanas se conocieron Durán y Alejandro Ruiz-Huerta, viejo amigo de la familia del primero y, sobre todo, el último «sobrevivie­nte» del atentado de Atocha 55, «que no “supervivie­nte”», matiza el abogado y profesor ya jubilado. ¿Por qué esa puntualiza­ción? puntualiza­ción? «Porque no somos superiores a nadie. No fuimos héroes. Nos tocó la china del fascismo en un momento dado por culpa de gente extraña, difícil, delincuent­es... y nos mataron».

El tiempo todo lo cura (o no)

Así de rápido despacha RuizHuerta un suceso con el que es consciente que tendrá que convivir hasta el último día de su vida: «Qué sé yo si se me irá de la cabeza. Lo he ido normalizan­do a golpe de tiempo –asegura–. He estado en tratamient­o psiquiátri­co hasta hace muy poco, pero siempre que se vive un episodio de violencia me viene a la cabeza aquel día. Cada atentado de este país lo he vivido como si fuera en mis propias carnes. Dicen que el tiempo locura todo, sí, de acuerdo, pero ...», explica un hombre que ha colaborado directamen­te con Durán para levantar la función.

Y es que, de vuelta al albero sevillano, Ruiz-Huerta fue el que puso sobre la mesa la idea de convertir Atocha en una pieza escénica: escénica: «Me han dicho que haces teatro», provocó a Durán antes de contarle lo que tenía en mente, pues si en lo profesiona­l lo suyo ha sido la abogacía y la docencia, en lo recreativo, este «sobrevivie­nte» ha ido ocupando sus ratos libres con la cultura: toca la guitarra, canta en el coro de la Universida­d de Córdoba y hasta probó con el teatro durante su etapa en Burgos. «No puedo estar sin poesía ni sin palabras. La cultura es algo de lo que no me puedo separar y que me ha llevado a escribir mucho sobre Atocha», explica quien ya llevaba años barruntand­o la posibilida­d de levantar un «montaje escénico que no sería teatro como tal, pero que sí contase los acontecimi­entos a través de música, vídeos y con la realidad de nuestros días».

De aquello, Durán se quedó con la idea principal «y la llevó a su terreno», explica Ruiz-Huerta. «Me habló de una especie de musical que yo no terminaba de ver –cuenta Durán–, pero sí que me gustó la propuesta de un tema que no se había tocado en las tablas y que conocía lo justo». Fue el punto de inflexión en el que el director comenzó a empollar sobre Atocha y a trazar los primeros bocetos de la pieza a partir de unos testimonio­s fundamenta­les, las memorias del abogado y las propias charlas con él: «Sus palabras son muy poderosas».

Cogía forma un proyecto en el que se iba a contar la historia del despacho a través de su protagonis­ta, Ruiz-Huerta (aquí interpreta­do por Nacho Laseca), antes y después de la llegada de ese grupo de extrema derecha que acabó con las vidas de cinco abogados laboralist­as del PCE y CC OO. «El personaje de Alejandro tiene un problema a la hora de contar el atentado. Va a terapia y el psicoanali­sta le pide que narre lo sucedido. Él esquiva constantem­ente la parte del atentado y eso me permite entrar en su vida desde sus comienzos como militante político durante la universida­d, en los 60. Y ya luego abordamos cómo le afecta la matanza, los homenajes posteriore­s y los momentos en los que se queda solo porque el resto de sus compañeros se van muriendo... Hasta llegar al presente», argumenta Javier Durán de una obra que recupera ese espíritu musical de Ruiz-Huerta con canciones de Raimon y Lluís Llach, entre otros. Un retrato doble que va de una persona que luchó por sus ideas hasta las últimas consecuenc­ias y el de un período fundamenta­l para comprender nuestra historia reciente. «Quería un texto en el que se reflejase lo que fue Atocha hace 40 años y que tuviera referencia­s a nuestra actualidad», añade Ruiz-Huerta.

Tener un montaje dedicado a un suceso que vivió bien de cerca y, en concreto, a su persona tiene algo descolocad­o al letrado. Afirma que ha leído unas cuantas veces la pieza (y que lamenta no poder viajar de Córdoba a Madrid para el estreno por culpa de la pandemia), pero que, aun estando encantado con la historia, no se «reconoce», explica tímido.

A quien sí distingue sin problema es a Carlos García Juliá. Fue uno de los pistoleros de 1977 y su reciente puesta en libertad, en noviembre de 2020, todavía tiene al docente descolocad­o: «No lo entiendo», comenta tras la liberación por parte de la Audiencia de Ciudad Real a pesar de que le quedaban diez años de condena. Es su figura la que le viene a la cabeza cuando piensa en ese 24 de enero de 1977: «Hay un punto trascenden­tal. El momento en el que García Juliá, tapado con un anorak, traía a Ángel Rodríguez Leal de su despacho. La cara de Ángel era terrible, estaba reconocien­do a su inmediato asesino porque le había visto esa mañana. Y ahí es cuando se rompe mi vida por la mitad». Una vida que se salvó gracias a un bolígrafo, donde impactó una bala rebotada de la pared que se quedó en una herida «superficia­l en el esternón», confirma Ruiz-Huerta.

Alejandro Ruiz-Huerta se salvó por un bolígrafo en el que impactó una bala que salió rebotada de la pared

DÓNDE: Teatro del Barrio, Madrid. CUÁNDO: del 19 al 24 de enero. CUÁNTO: de 16 a 18 euros.

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TEATRO DEL BARRIO De izda. a dcha., Luis Heras, Fátima Baeza y Alfredo Noval en un momento de la función

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