La Razón (Cataluña)

El imparable ritmo de la Historia

- José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias Javier Ors

NosNos estamos familiariz­ando con los días «históricos». Sólo en lo que va de 2021, ya he vivido un terrible asalto al Capitolio, un símbolo de la democracia asediado por una turba violenta y el segundo «impeachmen­t» contra un presidente de EE UU,. Asimismo, he experiment­ado una nevada épica, de dimensione­s nunca antes registrada­s en Madrid. Chamberí se convirtió en un cuadro de Brueghel, para después mutar en una estación de esquí pasando por la fiesta de la pala y el resbalón. Estos días, bajo las sombras, yacen enormes y peligrosas peligrosas pistas de patinaje y cada noche el termómetro logra nuevos récords de bajas temperatur­as, después de haber soportado, por cierto, 2020, el año más cálido jamás documentad­o. Y todo esto con mascarilla, en el contexto de mi primera pandemia cargada de mortandad, catástrofe, cancelacio­nes y parones vitales.

Hace una década no estaba tan acostumbra­da a las jornadas históricas. Apenas había contado la llegada del primer presidente afroameric­ano a la Casa Blanca o el asesinato de la primera «premier» en un país musulmán (Benazir Bhutto). 2011 había comenzado con las protestas diarias en un país como Túnez, gobernado con puño de hierro y ostentosa corrupción durante los últimos 23 años por el sátrapa Zine El Abidine Ben Ali. La tarde del jueves 13 de enero volé desde Barajas a Túnez con billete de vuelta en cuatro días –que se convirtier­on en más de dos semanas–. En el avión viajaban reporteros, el embajador de España en Túnez y mi compañero de asiento, un ingeniero tunecino que trabajaba en Renault y volvía a casa después de visitar la fábrica de Valladolid. Tuvimos suerte, pues al día siguiente se proclamó el Estado de emergencia –que entonces sonaba mucho peor que ahora– y se cerró el espacio aéreo. Tras una enorme manifestac­ión en la Avenida Habib Bourghiba, el 14 de enero triunfó la revolución de los jazmines y Ben Ali abandonaba el poder y se exiliaba en Arabia Saudí, no sin antes reprimir marchas y ajustar cuentas. Murieron más de 70 personas. Los tunecinos descubrier­on que su país era además de una dictadura, un régimen policial. Se decretó el Estado de Excepción y un estricto toque de queda desde las 17 a las 7 de la mañana. Las reuniones de más de tres personas estaban prohibidas y las Fuerzas de Seguridad podrían abrir fuego si no se seguían sus órdenes. Muchos jóvenes y activistas acababan en el Hotel África, una suerte de sede de Naciones Unidas convertida en una redacción improvisad­a. Desde ahí se enviaron las mejores crónicas; éramos testigos de la historia contemporá­nea de Túnez y de su sed de derechos humanos y calidad de vida. Caía «mi» primer dictador y el mundo aceleraba su maquinaria y ritmos para generar episodios históricos.

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Los tunecinos protestaro­n con valentía contra un régimen asfixiante
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