Trump se refugia en Florida, su santuario
Tras cuatro años de desorden, abandona la Casa Blanca con «My Way» de Frank Sinatra de música de fondo. «Nos vemos pronto», asegura a sus seguidores a pesar del «impeachment»
Donald Trump dejó la Casa Blanca como llegó. Fiel a su originalidad, que otros calificarán de demagogia, será el primer presidente desde Andrew Johnson que no asistió a la toma de posesión de su sucesor. Su esposa, Melania Trump, tampoco acompañó a la esposa de Joe Biden para hacerle el tradicional tour de la Casa Blanca. No hubo fotografía de las dos parejas, a las puertas de la residencia oficial. Al menos sí habría redactado una carta destinada al demócrata, igual que él recibió una, depositada sobre la mesa del Despacho Oval y firmada por Obama. El cambio de Ejecutivo en este 2021 llega marcado por las turbulencias de un país cruzado de banderías. Con parte del electorado convencido de que hubo fraude electoral. Un cóctel letal, que ha propiciado la irrupción de toda suerte de demagogos. Trump, acuciado por las sombras de las posibles demandas, a punto de afrontar su segundo «impeachment», volaba hacia Mar-aLago, su Camelot en Florida con «My Way» de Frank Sinatra de fondo. Lo hizo a primera hora de la mañana, después de posar a las puertas del imponente Marine One, el helicóptero presidencial de los marines. Dejaba atrás el pantano de Washington, que en multitud de discursos, típicamente populistas, juró drenar. Por delante suyo, las investigaciones de la fiscalía de Nueva York a cuenta de sus declaraciones tributarias y las posibles implicaciones legales que puedan derivarse del asalto al Capitolio el pasado 6 de enero, así como de las presiones a las que sometió a varios de los funcionarios encargados de velar por la limpieza y certificación del proceso electoral. Pero así como su discurso, cuando alentó a sus seguidores a marchar hacia el Capitolio, dificilmente podrá ser calificado de performativo y, por tanto, es casi seguro que no acarreará consecuencias penales, las derivadas políticas no están tan claras. Especialmente después de que Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana en el Senado, haya dicho que lo responsabiliza de lo sucedido.
Trump, entre tanto, aseguró que fue el presidente que acometió el mayor recorte fiscal en la historia de Estados Unidos, aunque inmediatamente los medios le recordaron que su rebaja impositiva fue inferior a otras previas, incluidas las que llevaron a cabo los gobiernos de Ronald Reagan y Barack Obama. La Casa Blanca, entre tanto, había anunciado la última ronda de perdones presidenciales. El más destacado fue, claro, Steve Bannon, su asesor e ideólogo en el camino hacia la presidencia en 2016. Trump rompió con el periodista, antiguo director de Breitbart News. Su salida del gobierno fue tumultuosa y los dos hombres se dedicaron palabras gruesas. Bannon cayó en desgracia, había sido detenido y acusado de participar en una estafa para engañar a cientos de donantes, convencidos de que donaban su dinero para sufragar el muro que separa EE UU y México. «Nosotros construimos el muro», rezaba la campaña. La singularidad de su perdón tiene que ver con el hecho de que, tradicionalmente, los presidentes indultan a personas juzgadas y condenadas, no a individuos a la espera de un posible juicio. En las semanas posteriores a las elecciones, Bannon acudió en auxiliodeTrump, convencido de que debía plantar batalla por el resultado de los comicios y reclamar cuantas auditorías fueran necesarias. Entre los indultados también figura un destacado donante de la campaña presidencial de Trump de hace cuatro años, Elliott Broidy, que confesó su culpabilidad de haber participado en una operación de lobby para favorecer los intereses de varios países, incluido China, frente a Estados Unidos. Entre políticos condenados por corrupción y ciudadanos anónimos con delitos de drogas también lucía el nombre de William T. Walters, un jugador profesional que, según contaron el «New York Times» y otros periódicos, habría logrado llegar hasta al presidente gracias a los buenos consejos y la influencia de su abogado desde 2018, John M. Dowd, que previamente fue abogado de Trump. Delante de un puñado de fieles, con su familia al completo para despedirle, Trump admitió que el suyo no fue un Gobierno convencional. Los esperaba la base militar de Andrews, donde aguardaba el Air Force One para un último viaje. «Volveremos de alguna forma», había asegurado camino del helicóptero, en un remedo entre convencido y melancólico de sus apariciones más estelares.
«Ha sido un gran honor, el honor de toda una vida. La gente más grande del mundo, el hogar más grande del mundo», dijo Trump a los periodistas antes de dirigirse al helicóptero. Entre sonrisas, Trump lanzó un dardo a su sucesor. «Espero que no les suban los impuestos. Y si lo hacen, yo se los advertí», sostuvo. «Estaré observando ( .... ) tengan una buena vida, nos vemos pronto», concluyó. El magnate planea volver a presentarse a las elecciones en 2024 salvo que el «impeachment» o sus casos pendientes se lo impidan. Tras el veto de las grandes tecnológicas, el ya ex presidente podría tratar de crear su propia plataforma para mantener la comunicación directa con sus seguidores. En los próximos meses se irá dibujando su futuro. Ayer subió al Air Force One, por última vez para viajar a su club privado de Palm Beach. Mar-aLago y eFlorida se han convertido en su refugio después de que grandes corporaciones y la ciudad de Nueva York hayan rescindido los contratos con sus empresas tras el asalto al Capitolio.