«22 de julio»: la matanza que levantó a Noruega de su sueño del bienestar
LA SERIE Filmin estrena la adaptación a serie de los atentados cometidos por Anders Breivik
Apenas 140 kilopascales. Esa es la presión a la que usted somete a la maltrecha olla exprés que pueda tener por casa. La cocina se vuelve más efectiva y los trabajos de un Denis Papin que, originalmente, la desarrolló como mecanismo de trabajo encaminado a los ferrocarriles, se vuelven eclécticos. En la tarde del 22 de julio de 2011, a la salida de las oficinas del primer ministro noruego, el equivalente a 3.965 ollas hicieron explosión desde la compresión de una modesta Volkswagen Crafter. El atentado, que dejó ocho muertos y casi 400 heridos en la capital nórdica, era solo el inicio de uno de los días más trágicos en la historia del país.
Con pulso casi documental y naturalista, pero con esa malicia envenenada y genuina de la ficción, aquella del que solo enseña lo que considera necesario para mantener en vilo al espectador, Sara Johnsen y Pål Sletaune presentan en Filmin su nuevo trabajo: «22 de julio».
La idílica mentira
La serie, de apenas seis capítulos y que se consume rápido gracias al morbo de la violencia pero se digiere en éxtasis con la crítica al «laissez-faire» de los gobiernos perfectos frente a su terrorismo casero y racista, reconstruye los hechos reales a partir de historias, nombres y personajes ficticios como modo de preservación de las vidas privadas de los supervivientes a una década ya de los fatídicos hechos. Aunque la masacre llevada a cabo por Anders Breivik, el supremacista blanco condenado por 77 procesos de asesinato, pudiera llevar al levantamiento involuntario de una «efigie» hacia su determinación sanguinaria, la serie huye del perfil más obvio para centrarse en las pequeñas tragedias del tablado mayor. Esto es, las decenas de vidas, en su mayoría jóvenes, que quedaron detenidas en el que aún es, según Naciones Unidas, uno de los mejores países del mundo para vivir (primero en 2011, quinto en 2020).
Frente a adaptaciones más bastas, «22 de julio» se hace grande en el análisis estructural de la violencia escondida entre los fiordos, esa que paga su frustración con los extranjeros. La de Johnsen y Sletaune, además de ser la enésima producción noruega de calidad que desembarca en Filmin, se puede entender como el cuadro episódico de un país que aprendió a lamerse las heridas y en el que se ha perdido el miedo a hablar de lo negativo, de lo que sus vecinos del sur tienen todo el día en la boca, pero que, con suerte, les mantiene más atentos a lo que ocurre a su alrededor. En definitiva, la ligera presión que, liberada, evita cualquier petardazo.