Malo el filósofo que no viaja...
Después de recorrerse todo el planeta, Hermann Keyserling articula sus profundas reflexiones filosóficas a modo de bitácora novelesca
Este «Diario de viaje filosófico» que nos regala Hermida se entiende como la monumental edición de un libro excepcional en todos los sentidos. Viendo su título parecería claro el género, pero en cambio el autor dice al empezar: «Ruego al lector de este
Diario que lo lea como una novela»; así, en él ofrece «pensamientos sobre culturas ajenas y consideraciones propias, referencias exactas y trasposiciones poéticas». Firmaba esa nota en Estonia –por entonces perteneciente al Imperio ruso–, en 1918, Hermann Keyserling, nacido en el seno de una familia aristocrática y que, tras terminar sus estudios, dio la vuelta al mundo, lo cual le inspiraría este libro, traducido por Manuel G. Morente.
Empieza hablando de por qué los filósofos deben viajar y el valor de los viajes, y realiza un gran recorrido por el canal de Suez y el océano Índico para llegar a Ceilán, La India, China, Japón,
Estados Unidos… hasta su regreso, en tiempo de la Gran Guerra, lo cual no le impide sentir que la unidad de los seres humanos pervive aún. Un texto, por lo tanto, para contrastar Oriente y Occidente, como en su día destacó Rabindranath Tagore, uno de sus admiradores junto con Antonio Machado o Stefan Zweig; otro intelectual le llamó «uno de los europeos más grandes de nuestro tiempo (…), uno de los primeros profetas de la nueva era». Y a la vista está que no le faltó razón.
Lo mejor
El autor logra mezclar sus experiencias con reflexiones sobre distintas formas de pensamiento y religión
Lo peor
Tal vez hubiera estado bien una introducción para contar la vida del autor de forma detallada