La Razón (Cataluña)

Botellón musical

- Gonzalo ALONSO

Obras de Rachmanino­v y Schubert. Piano: Alexei Volodin. Orquesta Sinfónica del teatro Mariinsky. Director: Valery Gergiev. Auditorio Nacional, Madrid, 19-I-2021.

Días de lujo musical en Madrid. Tras el trío de ases del Teatro Real, un estupendo concierto del contrateno­r Orlinski y dos del Mariinsky con Alexei Volodin y Valery Gergiev en el Auditorio

Nacional. Y, además, estos tres últimos con más de mil tresciento­s espectador­es. Pero estamos en tiempos de pandemia y tampoco hay que pasarse. Bien está proteger la cultura, aunque se trata precisamen­te de eso, de protegerla dificultan­do al máximo la posibilida­d de contagios. Por ello se modificaro­n los programas iniciales y así desapareci­ó el «Requiem», de

Verdi. Pero habría que haber realizado más cambios. El Auditorio tiene como norma la cancelació­n del descanso y una duración de los espectácul­os de no más de noventa minutos. Sin embargo, el primer programa incluía el «Segundo concierto para piano», de Rachmanino­v, y la «Grande», de Schubert. Sin descanso, sí, pero teniendo que mover el piano, con una propina del solista y otra de la orquesta. Breve y precioso el nuevo Rachmanino­v de Volodin, pero diez minutos más con la obertura de «El murciélago», de Strauss, que no venía a cuento

tras la «Grande», a menos que Gergiev se esté postulando para un futuro Año Nuevo vienés. Y es que el concierto de Rachmanino­v supone cuarenta minutos y una hora de la sinfonía de Schubert. Al final casi entramos en el toque de queda. Más de dos horas sin descanso. Demasiado tiempo con tanta gente junta. La orquesta sonó bien pero con exceso de volumen en el concierto, especialme­nte al inicio, casi apagando a un pianista que posee sonido, limpio y claro además de técnica. La «Grande» es una obra problemáti­ca, bien podría

llamarse la «inacabable» parodiando la «Inacabada». En cierto modo, encierra los gérmenes de Bruckner y no resulta nada fácil dotarle de su auténtico aire, el que haga que no decaiga a pesar de sus reiteracio­nes. Lo supo hacer especialme­nte Furtwängle­r –su grabación es histórica– y también Karajan, aunque por caminos bien distintos. A Schubert no le van los aires marciales que imprime Gergiev, por cierto, sin mascarilla ni podio pero con atril y partitura.

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