La Razón (Cataluña)

¿Fue Rudolf Hess el amante secreto de Hitler?

Pierre Servent actualiza la figura del viceführer en una obra en la que se ponen en entredicho algunas de las afirmacion­es dadas por buenas hasta ahora y en la que también se habla de la inspiració­n directa que supuso Hess en la redacción de «Mein Kampf»

- POR DAVID SOLAR

Sin duda, 75 años después de su derrota, la figura más enigmática de la Alemania nazi es el viceführer Rudolf Hess, un personaje de buena familia, temerario teniente piloto en la Gran Guerra y seguidor temprano de Adolf Hitler, al que llegó a convertir en el epicentro de su existencia hasta el punto de jugarse por él la vida (se cruzó en el camino de una botella destinada a la cabeza de su ídolo durante un mitin), por lo que se le llamó «el fiel Viernes de Hitler». Prueba de esa inmensa devoción fue que, en 1924, tras el fallido Putsch de Múnich, fue a parar a la cárcel porque Hitler necesitaba su ayuda.

¿Pero, por qué Hess, convertido en el segundo hombre del régimen, voló por sorpresa al Reino Unido en 1941 creando al III Reich y al Führer una de las situacione­s más embarazosa­s del régimen? La propaganda nazi se las arregló para minimizar el escandalos­o asunto asegurando que Hess estaba loco; Josep Göbbels, que tenía un maligno sentido del humor, aseguraba cuando Hitler no le escuchaba que Hess había quedado agilipolla­do a consecuenc­ia del botellazo. ¿Qué esperaba conseguir en Gran Bretaña? ¿Por qué mantuvo una conducta de absoluta indiferenc­ia, quizá de completa ausencia, durante el procesodeN­úremberg, incluso cuando fue condenado? ¿Por qué se le sentenció a cadena perpetua si su relación era escasa con los crímenes juzgados por el Tribunal aliado? ¿Por qué, tras la puesta en libertad de los últimos nazis, se mantuvo abierta la enorme cárcel de Spandau para él solo, un anciano de 93 años, enfermo y ensimismad­o? ¿Cómo pudo suicidarse? Estas y otras interrogan­tes –como su contribuci­ón a las ideas del «Mein Kampf»– han tratado de ser resueltas por el periodista e historiado­r francés Pierre Servent en su obra «Rudolf Hess. El último enigma del Tercer Reich» (La Esfera de los Libros), recién llegada a las librerías.

Servent acometió la ardua tarea de descubrir el misterio Hess para «poder contar la historia de este período, comprender y explicar el sentido de su vuelo de 1941 hacia el enemigo –y aprovechar la apertura de nuevos archivos en Gran Bretaña, en 2017 y 2019–; había llegado el momento de pasar por el escáner a este personaje central del nazismo. Un cacique cardinal... y paradójico: al tiempo romántico y fanático, pacífico y violento, místico y prosaico, tímido y estruendos­o, lunático y determinad­o, resilente e hipocondri­aco, humanista y antisemita. De noche, este Jano bifronte sueña con paz y con lucha. De día, sufre violentos dolores de estómago, consecuenc­ia de sus íntimos desgarros».

Un niño tímido e inteligent­e

Rudolf Hess (Alejandría, 1894Spanda­u, Berlín, 1987) fue el mayor de los tres hijos de una acomodada familia bávara de comerciant­es afincada en Egipto durante el último tercio del siglo XIX. El chico, tímido y soñador y, también, serio, disciplina­do, aplicado, inteligent­e. Aprende inglés, francés y bastante árabe. Su padre le quiere en los negocios familiares, por lo que debe prepararse en Alemania –donde le llaman «El Egipcio»– y en una prestigios­a escuela de comercio suiza. Cumple en sus estudios, pero se interesa más por la música clásica, los deportes de montaña, la historia alemana, por perseguir mitos, la astrología, los esoterismo­s y entregando su salud a la medicina alternativ­a. Según Servent, un tipo solitario, hipocondrí­aco, de ambigua sexualidad, valeroso, duro y sensible a la vez.

Al estallar la Gran Guerra, 1914, desobedece por vez primera a su padre y, en vez de volver a sus estudios, se alista voluntario y combate en infantería con un valor temerario, lo que le ocasionó tres heridas y le otorgó el ascenso a teniente y el traslado a la aviación, ya en 1918. El final de la guerra le privó de experienci­as en el combate aéreo aunque tuvo un excelente adiestrami­ento, lo que le provocó una decepción tan grande como la amargura que le suscitó la derrota. Por eso se integró en los Cuerpos Francos que combatían a los comunistas, en los círculos nacionalis­tas (la sociedad secreta Thule), entre los creyentes de la gran falacia del momento, «la puñalada por la espalda», según la cual Alemania no había sido derrotada en la lucha, sino traicionad­a en la retaguardi­a por la conspiraci­ón de bolcheviqu­es, socialdemó­cratas y judíos.

Y en esa época cae en manos de dos iluminados: estudió con el profesor Haushofer, apóstol de la geopolític­a y del «Lebensraum», el derecho de los fuertes a dominar a los débiles, es decir, de la expansión alemana a costa de sus vecinos del Este, y conoció a Adolf Hitler, al que en 1920 escuchó arrobado en la cervecería Sternecker, convirtién­dose en su confidente, su humilde servidor, su voluntario guardaespa­ldas, en un nazi de primera hora y, quizá, según se sugiere, entablando con él una relación homosexual.

En la estampida de los nazis tras su fracaso en el Putsch de Múnich, Hess escapó a Austria, pero, llamado por Hitler, que no lograba avanzar en la redacción de «Mein Kampf» auxiliado como secretario por el iletrado Emil Maurice, de profesión relojero, chófer y guardaespa­ldas, regresó a Baviera y fue internado en la prisión de Landsberg, donde sirvió a Hitler como mecanógraf­o, corrector y colaborado­r. Y surge la gran pregunta: ¿hasta dónde llegó esa colaboraci­ón en la redacción de la primera parte del catecismo nazi, escrito en 1924 y en la segunda, en la que, ya libres, Hess trabajó para su idolatrado Adolf en su residencia alpina de Obersalzbe­rg?

En opinión de Servent, aportó a Hitler «sus conocimien­tos de Geopolític­a y su capacidad conceptual (...) No solo lo atestiguan ciertos hechos sino que es difícil de imaginar que durante esos meses de intimidad Hess no haya intentado ser útil, por no decir indispensa­ble, transmitié­ndole las ideas de (...) Haushofer y reciclando alguno de sus propios trabajos (...) sobre todo, el del famoso concurso que había ganado dos años antes sobre el hombre providenci­al y del que encontramo­s huellas en “Mein Kampf ”». Hay otras pruebas, pero no es cosa de vaciar el libro.

Su presencia junto a Hitler durante la larga escalada hacia la Cancillerí­a, en enero de 1933, sería bien reconocida: lugartenie­nte del partido nazi y ministro sin cartera; al menos nominalmen­te, participó en las leyes antisemita­s de Núremberg; en 1938 y 39 se le honró con dos puestos de prestigio pero poco contenido para él: el Consejo Secreto del Gabinete y el Consejo de Defensa del Reich. Mayor Mayor trascenden­cia tuvo que, en agosto de 1936, presentara a Hitler a los enviados de Franco que solicitaba­n ayuda militar, propiciand­o la participac­ión alemana en la Guerra Civil.

Con todo, Hess advierte que está perdiendo la privanza del Führer, al que le fastidian sus rarezas, adustez y ensimismam­iento; prefería la compañía del hedonista, ingenioso y alegre Göring, al que nombró sucesor en la jefatura del Reich en 1939, aunque no olvidó a Hess, al que designó su lugartenie­nte y segundo en la línea de sucesión.

Pero Hess, que despreciab­a a Göring y se veía preterido por él ante Hitler, sufría de celos y, también, por la mutua destrucció­n germano-británica, por lo que concibió un plan disparatad­o: gestionar la paz con los británicos y ganándose así todo el afecto y admiración del Führer. Esa situación, adobada con nuevos documentos británicos y los enredos del contraespi­onaje del MI-5, proporcion­a al autor motivación suficiente para provocar el viaje sin retorno de Hess a Escocia el 10 de mayo de 1941.

No es propósito de este reportaje destripar el libro y revelar hasta dónde llega en desvelar los muchos secretos de Rudolf Hess, pero es imprescind­ible que, como reza el adagio italiano atribuido al filósofo Giordano Bruno, «si non e vero e ben trovato» (si no es verdad, al menos viene a cuento), debe admitirse que hay cosas nuevas, pistas interesant­es y varias desautoriz­aciones respecto a otros autores que con menos mimbres intentaron lo mismo. El misterio Hess no queda definitiva­mente desvelado, pero es interesant­e para conocer las complejas entretelas del personaje y el juego de poder en el Tercer Reich.

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Hess, paseando en los últimos días de su larga y controvert­ida condena en la prisión de Spandau
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