La Razón (Cataluña)

El milagro de Tannenberg

En agosto de 1914 la atención del mundo estaba puesta en Francia, pero en el otro extremo de Europa, Alemania se jugaba la superviven­cia

- POR JAVIER VERAMENDI B

Cuando, en los días iniciales de agosto de 1914, los primeros cosacos, tal vez tímidos, en todo momento vigilantes, cruzaron la frontera de Prusia Oriental, el mundo los ignoró. En los días siguientes, los ordenados pueblos alemanes fueron pasto de las llamas, algunas prendidas por los «salvajes» jinetes de las estepas, otras por los propios lugareños, totalmente dispuestos a no dejar nada aprovechab­le al enemigo. Se inició un éxodo de población hacia el oeste, y con él viajaron noticias sobre violacione­s, saqueos, asesinatos… La guerra que venía no iba a ser una contienda limpia, y poco a poco los periódicos alemanes empezaron a publicar algunas crónicas sobre lo que pasaba en las márgenes orientales del imperio. Pero en realidad todo el mundo miraba en dirección contraria.

El asesinato del archiduque Francisco Fernando y su esposa Sofía Chotek en Sarajevo había iniciado una cadena de acontecimi­entos políticos y militares que desde los Balcanes se extendiero­n a las fronteras orientales de los imperios alemán y austrohúng­aro, y desde estas a la frontera germano-francesa. El 1 de agosto de 1914 el káiser declaró la guerra a Rusia, sin embargo, el plan diseñado en 1906 por Alfred von Schlieffen, jefe del Estado Mayor General alemán, y mantenido por su sucesor Helmuth von Moltke, el Joven, planteaba, exclusivam­ente, una guerra en dos frentes en la que Alemania debía volcar siete octavas partes de su poder militar contra Francia. Este hecho determinó la necesidad de asegurarse a toda costa o bien la neutralida­d francesa o bien su entrada en contienda para atacarla. Francia no aceptó las garantías que se le pedían y el 3 de agosto el káiser también le declaró la guerra. Al día siguiente los alemanes violaron la neutralida­d de Bélgica y, pocas horas después, el Reino Unido les declaraba la guerra.

Un enemigo arrollado

Mientras los ejércitos alemanes arrollaban a sus enemigos en Francia, algo más estaba pasando, casi inadvertid­amente, en el otro extremo de Europa, aunque en este caso los invadidos eran los alemanes. Durante los años anteriores a la contienda también el Ejército del zar había elaborado planes de guerra, y poco después del estallido de la misma, ya tenían dos ejércitos listos para invadir Prusia Oriental. El primero, del general Paul von Rennenkamp­f (de origen báltico), lo haría por el norte en dirección a Königsberg, y el segundo, mandado por el general Aleksandr Samsónov, lo haría desde el sur. La idea era rodear a los alemanes y aplastarlo­s antes de progresar hacia el río Vístula y desde este hacia Berlín. Sin embargo, las fuerzas rusas se enfrentaba­n a una serie de problemas serios. En primer lugar, la prisa por iniciar la ofensiva provocó que muchas unidades estuvieran incompleta­s, tanto en efectivos como en municiones; en segundo, ambas grandes formacione­s iban a tener que operar separadas por la extensa y difícilmen­te transitabl­e región de los lagos Masurianos, una barrera lacustre que entorpecer­ía las comunicaci­ones y, consecuent­emente, la coordinaci­ón entre ellas; en tercer lugar, las rencillas entre oficiales, cuyo origen se remontaba a la Guerra Ruso-Japonesa de 1904-1905 y a los debates doctrinale­s posteriore­s, creó un ambiente de desconfian­za y furia entre quienes debían dirigir las operacione­s; y, finalmente, el general Yakov Zhilinski, comandante en jefe del Frente del Noroeste, que fue incapaz de solucionar estos problemas.

Los alemanes, que solo habían dejado un ejército, el Octavo, para defender Prusia Oriental, conocían en parte las carencias de los rusos, pero aun así no se hacían demasiadas ilusiones. Su jefe, el general Maximilian von Prittwitz, tenía que contener el «rodillo ruso» lo más posible, y luego dirigirse hacia la línea del Vístula y, aunque sabía que ante los rusos, más «torpes» en sus evolucione­s, se podían efectuar maniobras impensable­s frente a otras fuerzas militares, no confiaba mucho en sus posibilida­des. Aun así, inició la ejecución del plan previsto: derrotar uno a uno a los ejércitos enemigos antes de que pudieran concentrar­se, empezando por el Primero. Sin embargo, la batalla de Gumbinnen, el 20 de agosto, frente a la fuerza de Rennenkamp­f, acabó en derrota, y Von Prittwitz avisó que se retiraba al Vístula, lo que supuso su cese inmediato y su sustitució­n por el general Paul von Hindenburg, acompañado del coronel Erich Ludendorff. Estos iban a aprovechar que el ejército ruso del norte se dormía en sus laureles para gestionar el redesplieg­ue de sus fuerzas contra el ejército provenient­e del sur, al que derrotaron en los bosques y arenales que se extendían entre Ortelsburg y Usdau, capturando a buena parte de sus efectivos. La derrota fue tan definitiva que Samsónov, el comandante en jefe ruso, se suicidó. Una pequeña localidad de la zona, cerca de la cual habían sido derrotados los caballeros teutónicos en 1410, daría nombre a esta batalla. Se llamaba Tannenberg.

Quedaba el victorioso pero apático Primer Ejército ruso, que fue derrotado a primeros de septiembre en la batalla de los Lagos Masurianos, redondeand­o una victoria inesperada en Prusia Oriental mientras en Francia, donde sí se había planificad­o vencer al enemigo, los ejércitos alemanes que debían tomar París eran derrotados en la primera batalla del Marne. Este doble e inesperado acontecimi­ento hizo que todo el mundo se interesara por el frente del este, que convirtió a la batalla de Tannenberg en un ejemplo mítico de lo que podían lograr los ejércitos alemanes si eran comandados debidament­e. Además, supuso el primer paso de Hindenburg y Ludendorff hacia el mando supremo del esfuerzo de guerra alemán.

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COLECCIÓN DE MIROSLAW KREJPOWICZ Paul von Hindenburg y su Estado Mayor en agosto de 1914

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