La Razón (Cataluña)

«¿Qué humanidad tuvo con las familias?»

HORTENSIA GÓMEZ Madre de un guardia asesinado en Madrid

- C.S. Macías-Madrid

Eran las 7:20 del 9 de septiembre de 1986 cuando, al paso del autobús ocupado por veinticuat­ro guardias civiles que iban a relevar a los compañeros encargados del servicio de vigilancia de la Embajada soviética estalló un coche bomba en la plaza de República Argentina. Eugene Kenneth, directivo de una empresa multinacio­nal estadounid­ense que practicaba footing en las inmediacio­nes murió a consecuenc­ia del impacto de la metralla tras dos días de agonía. Resultaron heridos hasta 16 guardias civiles.

Ese día Alberto Amancio, un guardia civil de 23 años se salvó. «Mamá, no nos ha pasado nada, estamos bien». Esa fue la primera llamada que recibió Hortensia Gómez. Alberto no sentía miedo. Desde muy pequeño soñaba con ser guardia civil, «de siempre». «Lo llevaba en la sangre» y al mismo tiempo estudiaba la carrera de Derecho. Alberto vio con preocupaci­ón lo que les había pasado a sus compañeros y sintió mucho la muerte del ciudadano americano, como si fuera un guardia más.

«Le dije que dejara la Guardia Civil, que esta vez no le había pasado nada, pero que la próxima le iba a pasar», fue el consejo de su madre, quien se había quedado viuda muy joven y había tenido que sacar adelante «sola», subraya, a sus tres hijos. También esa fue la recomendac­ión de una de sus tías que vivía en París. «Deja el Cuerpo, tú vas a ser el siguiente». Pero Alberto amaba demasiado la Guardia Civil y les respondió tajante: «Si me tienen que matar, que me maten. Sé que a la próxima voy yo».

Su frase fue una fatal premonició­n y siete meses después, el Land Rover en el que viajaba junto a ocho compañeros más, voló por los aires el 25 de abril de 1986. El etarra palentino Antonio Troitiño detonó a distancia los artefactos que el «comando Madrid» había dejado en un coche-bomba: tres ollas a presión con doce kilos de goma 2, otros doce de amonal y cuarenta y ocho más de metralla, la mayor parte tornillos.

Con la nueva política de acercamien­to y beneficios penitencia­rios para los etarras, Hortensia no puede casi ni encender el televisor. «Me pongo mala». Primero fueron los acercamien­tos, ahora la excarcelac­ión. La Audiencia Nacional ha concedido el tercer grado a Troitiño por «razones humanitari­as», lo que supone su excarcelac­ión. Esto indiga a la madre del guardia civil asesinado y más familias que prefieren no hablar públicamen­te. «¡Sacan al asesino de mi hijo de la cárcel!», exclamó Gómez cuando se enteró de la noticia y se puso en contacto con la madre de otro de los guardias que también fue asesinado aquel día. «Estamos indignadas. Que no le saquen. Por matar a mi hijo ha pagado solo 9 meses de cárcel», lamenta.

Cuando escucha lo de «razones humanitari­as» se pregunta: «¿Qué humanidad tuvo él con los padres de esos guardias civiles? ¿Y al apretar el botón?» «Nunca sufrí más en la vida». Han pasado 34 años de aquello, pero «a una madre no se le olvida. Enfermé por su culpa», la de Troitiño, y el resto del «comando Madrid». Y es que, al igual que les ha ocurrido a muchas víctimas del terrorismo, el sufrimient­o terminó derivando en varias enfermedad­es, incluido el cáncer. «He llorado mucho. Cada vez que pasaba por donde lo habían matado algo se me rompía por dentro», recuerda Hortensia quien dejó Madrid para poder sobrelleva­r el dolor.

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