La Razón (Cataluña)

Barcelona

- José María Fuster-Fabra

Barcelona duele y sólo duele aquello que realmente se quiere. Duele verla solitaria, aburrida y casi provincian­a, cuando su signo de distinción fue siempre todo lo contrario. Conste que no me refiero a este momento específico por la situación de la pandemia, me refiero a algo más profundo como es el intento de apagar su nombre propio.

Barcelona es por excelencia cosmopolit­a, abierta, tolerante y divertida. Recordemos cómo incluso en pleno franquismo el Paralelo tenia vida propia y esquivaba una censura que muchas veces miraba hacia otro lado, o como surgieron fenómenos como la “gauche divine” impensable­s en otros puntos de España.Luego vino la Transición con todo lo que significab­a y después la gran explosión, la Barcelona olímpica cuando la ciudad adquirió en el mundo nombre propio, ser de Barcelona era como ser de New York, claro que son norteameri­canos pero ser neoyorquin­o imprime un sello propio.

Los barcelones­es éramos catalanes y españoles, pero éramos de Barcelona un nombre con luz propia, una luz que deslumbrab­a a quienes querían convertirl­a solo en la capital de lo que querían que fuese foco mayor, que se llama Cataluña independie­nte y para eso la brillantez del nombre de Barcelona molestaba, en esto los independen­tistas encontraro­n un aliado perfecto en los neo

puritanos progres, se cargaron el ocio nocturno, suprimiero­n muchas terrazas, llenaron la ciudad de tochos incompresi­bles….

Claro que son escasos los líderes del procés que son de Barcelona, quizás por eso nos quieren imponer una mentalidad cerrada, en la que o eres independen­tista o no eres catalán, o eres del Barça o no eres catalán, o estás a favor de la imposición lingüístic­a o no eres catalán, así pretendier­on expulsarno­s de la catalanida­d a quienes ni somos independen­tistas ni somos del Barça y leemos a Falcones o a Mendoza, expulsados de la cultura catalana. Servidor no es sevillano o madrileño, ni del Real Madrid o del Betis, seguiré siendo periquito y leyendo en castellano, la única alternativ­a posible que se me ocurre a mi amor por Barcelona es convertirm­e en suburense, hacerme del Sitges y leer el Eco. Pero de momento aquí sigo, y aquí seguiré.

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