Ignacio Pinazo Osuna
Mi siguiente personaje afronta con suma responsabilidad y valentía, a diario, la batalla contra la COVID-19. Tengo la inmensa fortuna de contar a mi alrededor con muy buenos amigos médicos. Ya he narrado alguna vez que solo hay cuatro profesiones vocacionales: maestro, médico, militar y sacerdote. El resto de profesiones son mercantiles, o sea, para ganarse la vida fundamentalmente, pero sin el matiz altruista y benéfico de las cuatro mencionadas.
Al doctor Pinazo lo conocí hace veinte años. Menudo, deportista, muy sonriente y, qué les voy a contar, pues nadie es perfecto, colchonero, dado que estas cosas humanizan a personajes de su altura profesional y de su catadura moral. Y, como los del Madrid no estamos nada acomplejados, podemos convivir con especímenes como mi buen amigo Ignacio. Es Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad Complutense de Madrid (1980-86) y posee el Título de Especialista en Anestesiología-Reanimación y Tratamiento del Dolor vía MIR, realizado en el Hospital Clínico Universitario de San Carlos (1988-91).
A partir de ahí, ha dedicado su vida a paliar el dolor ajeno pues, en modesta opinión de quien escribe, el anestesiólogo competente (como lo es y mucho este atlético entrañable) ha sido la mayor y mejor revolución en la historia de la Medicina. Sin dolor se tiene calidad de vida, pero –y, sé de lo que hablo, por personas muy cercanas– la presencia del dolor limita mucho cualquier actividad del ser humano y no te permite vivir la vida con unos mínimos aceptables.
Cuando me he tenido que operar, lo primero que he hecho es hablar con él y decirle que, cuando él esté listo, yo me tiro a la piscina, o sea, que no me opero si no está a mi lado. Mi familia y yo lo adoramos y le debemos mucho. Es tan buena persona como médico. En ambas facetas, sobresaliente.