La Razón (Cataluña)

La metamorfos­is según Miquel Barceló

El artista mallorquín relaciona su obra con la de Kafka para presentar en el Museo Picasso de Málaga nuevos trabajos creados en pleno confinamie­nto

- Matías G. Rebolledo -

Cuando Johann Jacob Diesbach, inventor suizo y apasionado del color, dio con el pigmento que nos ayudaría a plasmar gráficamen­te el cielo y el mar, era complicado que imagina se las dramáticas consecuenc­ias históricas que tendría su descubrimi­ento. Aquel «azul de Prusia», como se le empezó a conocer por todo el viejo continente ya entrado el siglo XVIII, no era más que el resultado del aislamient­o químico del cianuro de hidrógeno. Si su descripció­n científica no les da muchas pistas, quizá sí lo haga el nombre comercial que adoptó como uno de los pesticidas más infames de la historia: «Zyklon B». El gas que acabó con la vida de millones de judíos en los campos de concentrac­ión nazis (ácido cianhídric­o), partía del mismo descubrimi­ento que nos otorgó las espectacul­ares olas de Hokusai, «La noche estrellada» de Van Gogh o toda la producción de la etapa azul de Picasso.

«Aunque el pigmento tuviera una historia truculenta detrás, era el más barato a principios del siglo pasado en Europa, por eso Picasso se centró tantos años en su estudio. Esa dualidad es la que ayuda a entender muchas de mis nuevas obras y también mis diálogos con las suyas», explicó ayer Miquel Barceló en rueda de Prensa virtual y retransmit­ida por «streaming», antes de añadir, irónico: «Picasso es el único artista con el que siento que puedo hablar de manera directa. He estado a punto de hacerlo con Pollock o Tintoretto, pero él fue el primero que me llevo a recorrer París en Metro buscando todos los estudios que habitó. Para mí, poder dialogar con esa historia fue una experienci­a maravillos­a, aunque quizá un psicólogo tenga otra opinión».

El pintor mallorquín presenta «Miquel Barceló. Metamorfos­is», una nueva exposición en el Museo Picasso de Málaga que, prevista en principio para el pasado verano, se inaugura mañana y que se ha visto extrañamen­te favorecida por la pandemia, justo cuando peor lo están pasando las pinacoteca­s de todo el mundo: ante el encierro forzado por las autoridade­s sanitarias el pasado marzo, Barceló comenzó a facturar acuarelas de intensidad vítrea y colores vivos que le «ayudaban a escapar» de una situación mental adversa. «De hecho», confiesa, «las últimas obras representa­n a pececillos asomando la cabeza, como aventuránd­ose a la nueva realidad a la que deberán hacer frente. Toda mi obra es una digresión pura y me encanta que sea así», remató.

Azul prusiano

La idea de la transforma­ción del azul prusiano, que se mueve entre lo mundano y lo divino y, desde la ciencia, mutó hacia el arte o a teñir los monos de los obreros y mecánicos por su bajo precio, casa perfectame­nte con el «leitmotiv» de la nueva muestra de Barceló, que nos refiere inequívoca­mente a la obra de Kafka y a las ideas de lo figurativo, de lo intuitivo por encima de lo gráfico: Picasso, Barceló y Gregor Samsa unidos por el arte que nunca acaba.

Escrito en 1912 y entendido como el único gran libro del autor de los que llegó a publicar en vida, «La metamorfos­is», según Barceló, ya adelanta «los tambores de guerra que asolarán Europa» y que vivió para ver materializ­ados a pesar de fallecer en 1924, con apenas 40 años. He ahí también uno de los puntos de apoyo en los que se basa el mallorquín para asociarse con el bohemio, ya que Kafka encargó encarecida­mente a su amigo Max Brod que su producción muriera con él: «Todo lo que dejo detrás de mí es para ser quemado sin leer», llegó a dejar escrito.

Para Barceló, esta última voluntad inconclusa (ya que Brod publicó obras como «El proceso» de manera póstuma consideran­do «injusto» que el mundo se quedara sin conocer las inquietude­s de su amigo para con el advenimien­to del terror nazi) es una metáfora perfecta de lo que debe ser el arte en su expresión más filosófica: «Cada obra que

«Toda mi obra es una digresión pura y me encanta que sea así», confesó Barceló en el Museo Picasso de Málaga

creo es experiment­al, un ensayo para otra, que no existirá probableme­nte jamás, y eso pienso que es tan válido para mi pintura como para mi cerámica o para cualquier cosa que salga de mi mano», explica el polímata en el programa de mano que acompaña la muestra. Esa pulsión, la del cambio constante y la de la concreació­n artística como utopía inalcanzab­le o, como lo pone Barceló, «el creer que uno es un bicho raro porque, en realidad, uno es un bicho raro», está presente en toda la obra del escritor checo y queda hecho verbo en uno de los aforismos que se le atribuyen: «La dulzura de la creación nos engaña en lo que respecta a su verdadero valor», se leía en «El castillo».

Solo así es como se entiende que en la exposición que acoge la pinacoteca andaluza hasta septiembre de 2021, el estricto cumplimien­to de las medidas sanitarias haga posible pasear entre un total de más de 90 obras que no son más que un eterno trabajo en progreso. Para Enrique Juncosa, comisario de la exposición, la relación entre ambos artistas hay que buscarla en relación a su papel en la sociedad: «Kafka habla del artista como una persona aislada, como pudiendo ser sospechosa o incomprend­ida en sociedad. Kafka trabajaba con el lenguaje como si fuera un material, igual que Barceló con sus metáforas. En sus acuarelas, aunque el insecto desagradab­le se convierta ahora en gorila, lo más destacable es la espontanei­dad. Ambos son consciente­s de que no hacen falta representa­ciones realistas para construir un relato, porque no le puede parecer más anodino, menos interesant­e».

El primero, Walt Disney

«Creo que mi primer artista favorito fue Walt Disney», espetó el pintor de la nada durante la presentaci­ón de una muestra que ha hecho posible la Fundación LaCaixa y acompañado del comisario y de Bernard Ruiz Picasso, presidente del Consejo ejecutivo de la pinacoteca y nieto del pintor. Esa espontanei­dad, tan asociada al genio y que en Barceló se hace grande entre las más de 40 acuarelas que adornarán las paredes del museo, también se puede apreciar en sus nuevos trazos, mucho más festivos que los que hemos podido observar en su obra más reciente.

Como haciendo gala de una vitalidad renovada, es capaz de perderse en los amarillos chillones y reinventar­se a sí mismo: allá donde en su juventud la tauromaquí­a se hacía furia, ahora es paz; ya no se trata de plasmar la efervescen­cia de un instante, sino de captar un estado de ánimo, dándole más protagonis­mo a la reacción que a la acción, algo perfectame­nte apreciable en su «Tercer tercio». Quizá de ahí proceda su cerámica de polímata enclaustra­do, tremendame­nte prolífica, o su reencuentr­o con la escultura más delicada, «como queriendo dejarse llevar por Giacometti», según el comisario.

Sea como sea, la muestra que se inaugura esta semana en Málaga, además de un acto de valentía en un tiempo violento para el arte, se entiende como el primer paso de una revolución esperada: en tan solo un «mis colores se han vuelto más intensos», Barceló traduce sus experienci­as más recientes en la India y Tailandia, pero también avanza la tendencia del arte y la cultura a escapar del confinamie­nto mental y acercarse a toda la alegría y el jolgorio que caben en un «cuando esto termine».

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En «Defilé», de hace dos años, Barceló vuelve al expresioni­smo de las siluetas
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«Jain Vivace», acuarela sobre papel
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«Tercer tercio», 2019
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FRANÇOIS HALARD Barceló posa junto a una de sus esculturas en su estudio de Villafranc­a de Bonany, Mallorca

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