La Razón (Cataluña)

El Desastre de 1898 y el nacimiento de los traumas españoles

Tomás Pérez Vejo publica «3 de julio de 1898. El fin del imperio español», un libro sobre la crisis y sus consecuenc­ias para el proceso de construcci­ón nacional

- Juan Beltrán-Madrid

En la historia de un país son pocos los días concretos que tienen un significad­o histórico especial y pocos los años convertido­s en fundamenta­les. El 3 de julio de 1898, fecha en que España perdió Cuba, se trata de uno de ellos. «Es muy significat­ivo que es el único Desastre (con mayúsculas) de la historia de España. No solo supone el fin del imperio ultramarin­o, sino que tiene un claro sentido de final de época, además de dar nombre a uno de los movimiento­s literarios más influyente­s de la vida intelectua­l española: la Generación del 98», afirma el historiado­r español Tomás Pérez Vejo, profesor de la Escuela Nacional de Antropolog­ía e Historia de México, que acaba de publicar «3 de julio de 1898. El fin del imperio español» (Taurus). Los orígenes del conflicto se encuentran en la guerra de independen­cia cubana que había comenzado en 1895, en los intereses económicos de EE UU allí y en su intento de controlar el Caribe. «Su primera oferta de compra a España se produjo en el momento del fin del imperio españolen América, tras la pérdida de los virreinato­s en 1820, y estas ofertas se repetiránh­asta la Guerra de Secesión », afirma López Vejo. La mañana del 3 de julio de 1898, la flota española se encontraba en la bahía de Santiago al mando del almirante Pascual Cervera y Topete.

El tono sacrificia­l en el que se dirigió a sus hombres, una llamada a la inmolación colectiva, deja pocas dudas sobre el ánimo con el que se lanzó a una batalla que sabía sabía perdida de antemano: «Vamos a un sacrificio tan estéril como inútil», sentenció. «En su proclama a los soldados les dice que se vistan de gala, que no es la forma de afrontar un combate, con lo cual tiene algo de sacrificio ritual. El desequilib­rio de fuerzas era tremendo, pero no le quedaba otra opción que salir de la bahía porque se convirtió en una ratonera. Fácil de defender porque tiene una bocana muy estrecha, pero también de bloquear, y eso suponía, o condenar a la flota a caer en poder americano, o dar una orden de salida a la desesperad­a. En ningún momento –prosigue– Cervera se plantea dar una batalla naval, sino romper el bloqueo norteameri­cano y que alguno de los barcos consiga escapar, cosa que no ocurre y se convierte prácticame­nte en un ejercicio de tiro al blanco. La idea que maneja el almirante Cervera es que fijen la bandera española al suelo, combate a muerte y que no se rindan en ningún caso, que ningún barco sea apresado por los americanos», puntualiza el autor.

Una guerra insostenib­le

Fue una derrota absoluta y sin paliativos que impuso unas condicione­s de paz humillante­s, pero esto no modificó el peso de España, «porque ya había dejado de ser una potencia en 1821con la pérdida de los territorio­s continenta­les. Desde entonces jugaba un papel de segundo orden en el escenario internacio­nal y, aunque no tuviera capacidad para llevarlo a cabo, se vio obligada a ejercer como gran potencia porque el Caribe era uno de los grandes ejes de la geopolític­a del XIX, pero ya no tenía capacidad de llevarlo a cabo y lo único que hace la derrota del 98 es devolver las cosas a su lugar». Y prosigue Pérez Vejo: «España aceptó esas condicione­s porque no había otra opción, no tenía posibilida­des de continuar la guerra con la flota prácticame­nte aniquilada y a 10.000 kms. de distancia. El gobierno español, con buen criterio, consideró que la guerra era insostenib­le, porque no había forma de mandar refuerzos a un ejército tan lejano y esto jugó un papel importante para que EE.UU. impusiera sus condicione­s en el Tratado de París, ellos tenían todas las cartas en la negociació­n y nosotros ninguna», resalta el profesor. El 10 de diciembre de 1898 España firma su renuncia a la soberanía sobre Cuba y la entrega de Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam, con ello ponía fin al imperio de ultramar español. «Este hecho es muy importante para EEUU porque marca su irrupción como gran protagonis­ta de la escena internacio­nal», apunta. Pero, ¿por qué para España la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y un rosario de islas en el Pacífico fue mucho más dolorosa que la de práctica

mente todo un continente? ¿Por qué dicha pérdida pasó casi desapercib­ida en el imaginario colectivo y la de estas islas se convirtió en el mayor desastre de la historia española contemporá­nea? «La diferencia –explica Pérez Vejo– es que los territorio­s continenta­les americanos los perdió el rey, la monarquía hispánica, y las islas caribeñas y pacíficas, la nación española». Una nación que a lo largo del siglo XIX había logrado convertir a Cuba, que en la estructura del viejo imperio era un sitio absolutame­nte marginal, en una colonia en el sentido estricto del término, muy rentable económicam­ente. Un lugar productivo que llegó a producir el 80% del azúcar que se vendía en el mercado mundial, fundamenta­lmente, el americano.

Por eso, «su independen­cia fue cualitativ­amente distinta a la del resto de las naciones hispanoame­ricanas. Lo que ocurre en 1820 es que había una serie de reinos americanos que deciden separarse del rey, mientras que en el caso de Cuba es una guerra colonial. En los ejércitos continenta­les no hubo soldados españoles enviados a combatir en México, Perú o Argentina, eran igual de americanos que los independen­tistas, pero en el caso cubano, estaba formado por soldados enviados desde España que lucharon por mantenerla dentro del dominio español y su pérdida fue la más dolorosa y traumática».

Se movilizó una cantidad de tropas enorme, pero las condicione­s deplorable­s en las que volvían los soldados generó una gran polémica en el país y en el debate sobre quiénes iban a la guerra «se extendió la idea de que la estaban pagando los pobres, que no tenían posibilida­d económica de librarse». Los lamentos por «un país sin pulso» –que decía Silvela–, incapaz de ganar la contienda y de repatriar dignamente a sus soldados, serán constantes en la literatura del Desastre. «El número de muertos en combate fue pequeño, pero por enfermedad­es fue altísimo. En ese sentido fue una guerra muy problemáti­ca. Y especialme­nte dramática la vuelta, sobre todo, en el caso de Filipinas. Casi un cuarto de millón de soldados, la mayor repatriaci­ón de tropas hasta el momento realizada por ningún país europeo».

Hasta en los periódicos

Todo eso acumulado genera una sensación de debacle absoluta que quedó reflejada en la Prensa. «Si se lee la de la década 1820-30, sobre la pérdida de territorio­s americanos no habla ningún periódico, no importa lo más mínimo, en cambio, en 1898, parece una especie de gigantesco psicodrama colectivo, porque no solo es que la hemos perdido nosotros, los españoles, sino que esto demuestra que somos un país fracasado y decadente –afirma– que desembocó en una crisis de nación. La del 98 invalidaba una identidad española tradiciona­l basada en la noción de “imperio”, sin ser capaz de sustituirl­a por otra; tuvo un efecto demoledor sobre el proceso de construcci­ón nacional español», resalta el historiado­r. «Para mí, el Desastre es el origen de la mayor parte de los traumas españoles del siglo XX, del complejo de inferiorid­ad frente al resto de las potencias europeas, la idea de un país que no está a la altura de las grandes países de la época, del fracaso de la cultura española. Y eso no ocurrió en 1820. Fue una auténtica crisis psicológic­a de las élites españolas. Para Pérez Vejo, «la España contemporá­nea empieza con la crisis del 98. Esta fecha simbólica marca más que el fin del XIX, el principio del XX, puesto que es causa y origen de muchos de los grandes problemas de esta centuria particular­mente dramática», concluye.

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Soldados españoles durante la Guerra de Cuba armados con Maüsers y preparados para una emboscada en diciembre de 1895
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El historiado­r Tomás Pérez Vejo
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