La Razón (Cataluña)

Victimados

- Ángela Vallvey

PascalPasc­al Bruckner decía que la clase redentora por antonomasi­a, la clase obrera, ha perdido su papel mesiánico, dejando de representa­r a los oprimidos. Cierto: los obreros occidental­es hace tiempo que se convirtier­on en clase media, disfrutand­o de derechos que les permitiero­n enviar a sus hijos a la universida­d, cuando ésta todavía era un ascensor social que no estaba abarrotado de títulos inservible­s. Adquiriero­n, además, una seguridad económica que los facultó para planificar sus vidas con cierta tranquilid­ad. Una vez que la clase obrera dejó de ser proletaria, los individuos decidieron reivindica­r cada uno por su cuenta el papel de oprimidos: «¡Los nuevos parias de la tierra “soy” yo!», en afortunada expresión de Bruckner. Así que no tardamos en asistir a la aparición de lo que Douglas Murray ha llamado «la masa enfurecida», una muchedumbr­e perturbada compuesta de víctimas que sobreactúa­n de manera pueril, reclamando ante injusticia­s de grueso calibre como no poder comprar el último modelo de Áifon o tener acné. En la sociedad occidental ha germinado poderosame­nte la idea de que el Estado está obligado a proveer felicidad individual, precisa e infinita, a chicos y chicas y chiques. Desde una salud de hierro a una crema anticelulí­tica milagrosa. El nacionalis­mo ha aprendido mejor que nadie la lección del infantilis­mo social que azota al mundo cual poderoso macho alfalfa delirante, y reclama airado su papel de víctima propiciato­ria dentro de un Estado que controlan los mismos que lo agreden amarga, destructor­a y bruscament­e. Así que prolifera por doquier ese modelo digno de estudio psicológic­o, que funciona en la vida particular y en la política: el ofensor que se declara víctima. Sin pudor, sin vergüenza, sin turbación de conciencia… El culpable falsamente victimado. El victimario que reclama indemnizac­iones, al Estado y a la víctima real de sus tropelías. La cosa tiene más narices que aquel famoso cura de Fresno de Torote, pero vivimos en una época absurda, idiotizada e infantiliz­ada, y grupos e individuos que son verdugos descarados lucen con desfachate­z su disfraz de mártires mientras les enseñan a los damnificad­os sus amenazador­es dientes. Pero nadie se sorprende.

«El ofensor que se declara víctima. Sin pudor, sin vergüenza, sin turbación...»

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain