Rafael Uña
Rafael es un ser especial. Si te lo encuentras por la calle, podría ser ese amigo de toda la vida con quien te apetece pasar un buen rato. Su bonhomía es kilométrica y sería el yerno ideal, el vecino con el que uno sueña, el amigo que nunca falla, en fin, alguien completamente de fiar.
Paseando una noche fría por Las Navas del Marqués, compartimos historias, experiencias vitales y chascarrillos varios. Ese día descubrí al ser humano sencillo, pero de una categoría profesional inconmensurable. Veamos por qué. Se licenció en Medicina y Cirugía en la Facultad de Medicina de Alcalá de Henares. En el Grado de Licenciatura, que entonces se hacía, obtuvo la calificación de Sobresaliente. Cuando su padre le preguntó tras el MIR qué especialidad iba a elegir, le espetó que Anestesiólogo, lo que pareció no ser muy del agrado de su progenitor, pues quienes sabemos poco de las especialidades médicas no apreciamos que esta es la más importante de todas, a mi juicio.
Su grado de Doctor lo obtuvo con «Sobresaliente cum laude» y es el jefe de Sección de Anestesiología del Hospital de La Paz de Madrid. Aparte de calmar los dolores de cuantos pasan por sus manos, tiene una actividad docente digna de encomio y, si enumerara aquí su participación en cursos y congresos, y pusiera sus publicaciones, me ocuparía toda la sección de cultura de nuestro periódico.
Es un gran anfitrión cuando recibe en su casa del campo, en uno de los pocos pueblos de Madrid que no se vacían. Tiene una colección de relojes de pared que es mi delirio cuando lo visito. Es amable, bueno, tranquilo y enormemente entrañable. Todo ello lo sustenta en Prado, su mujer y colega profesional de gran altura. Pero tiene una laguna: es colchonero (debe ser un mal entre anestesiólogos). Nadie es perfecto.